Unidos por la compasión

Cuando hablamos de relaciones parejas, o incluso de cualquier dinámica de interrelación humana entre familiares, amigos o incluso desconocidos, la palabra amor no tarda en aparecer.
El amor es visualizado como ese vínculo que nos conecta con los otros en función de lo que sentimos por ellos, siendo también una palabra que muchas veces se relaciona con toda clase de sentimientos que van desde la atracción física hasta la solidaridad con el prójimo. “El amor está en todas partes”, o así queremos creerlo. “El amor es todo lo que necesitamos”, o así lo promueven con consignas. ¿Es realmente “amor” la palabra adecuada para englobar el propósito de nuestras relaciones humanas?
Abundan las canciones de amor y los discursos que usan convenientemente dicha palabra para producir una reacción de simpatía. Asociamos el amor con todo lo que es bueno y lleno de gracia porque nos remite a las personas con las cuales compartimos nuestra vida y queremos que siempre estén a nuestro lado. Sin embargo, esa misma palabra también ha sido cargada de muchas otras características no siempre positivas cuando reflexionamos sobre las relaciones de pareja.
Los celos, las obsesiones y las tristezas derivadas de las rupturas (las cuales se califican como rupturas “amorosas”) no solo han ampliado los significados de la palabra “amor” sino que también le han dado connotaciones relacionadas con el sufrimiento y el sacrificio. También amar a alguien enseguida remite a la pertenencia de aquello que se ama. De cierta forma esto ha contribuido a incrementar la idea de todo lo que amas inmediatamente es “tuyo”, que le perteneces a quienes te aman, o que así debería serlo.
Si el amor es pertenencia y al mismo tiempo sacrificio, ¿esa narrativa nos conduce a un camino verdaderamente libre, auténtico y con el objetivo de hacernos felices? ¿Es realmente el amor todo lo que necesitamos? Quizá sea pertinente imaginar si nuestros ideales y expectativas en torno al concepto de amor no han acabado por pervertir la palabra y de cierta forma ha afectado el modo en que nos relacionamos; especialmente en el caso de las relaciones de pareja. Queremos consolidar un amor “perfecto” y “comprobable” donde la correspondencia se prueba con concesiones muchas veces egoístas. Al hablar de amor muchas veces limitamos un amplio espectro de sensaciones y emociones, en la medida que se espera encajar en una relación con el otro a partir de un plan predeterminado.
A menudo subestimamos la importancia de la palabra. Lo cierto es que el lenguaje nos ayuda a definir el mundo, a partir de lo cual construimos una percepción de la realidad entre muchas otras posibles. Por otro lado ese mismo poder puede ser contraproducente cuando se usa de forma irresponsable. De ahí la razón por la cual el discurso sobre el amor incondicional nos ha hecho tanto daño. Las relaciones de parejas no deberían definirse por sus límites sino por su amplio espectro de alternativas posibles. Si solo creemos que el amor basta, entonces cuando no sea suficiente ¿con qué nos quedaremos? ¿por cuál camino continuamos?
Se ha vuelto aburrida y limitante la noción de que el amor todo lo puede o todo lo soporta, como una concesión a quedarse estancado en relaciones tóxicas. El cliché de que el amor es la mayor fuerza que existe se ha convertido en una consigna que no siempre está demostrada por acciones responsables y adultas. Con esto no quiero oponerme a la idea de que el amor es importante en nuestras vidas, porque ciertamente es un motor poderoso que nos impulsa. La sugerencia que propongo es que repensemos los significados que le asignamos al amor y reconsideremos los límites que ponemos en una relación de pareja a partir de ello.
Siguiendo con esta sugerencia nos convendría buscar y sumar otras palabras que caractericen la dinámica de una relación de pareja con significados asociados a correspondencia, consenso, solidaridad y respeto con el propósito de no contradecir la libertad individual. Una palabra que incluya también la empatía y el reconocimiento por el otro que nos complementa, no dependiendo exclusivamente de lo que se comparte en esa relación. Porque idealmente una pareja está conformada por dos individuos que deciden convivir a diario con acciones y decisiones conjuntas, sin que ello implique una pérdida de la propia individualidad. Por lo tanto, en una relación es fundamental reconocerse como iguales en cuanto a los sentimientos y responsabilidades que intercambian, pero también como diferentes y únicos en relación a las competencias individuales, las experiencias pasadas y las búsquedas personales. Una palabra con la facultad de resumir conceptualmente estas características podría ser la compasión.
Como pareja es fundamental aprender a estar unidos desde la compasión. Esta es una palabra que no suele usarse en el contexto de las relaciones de carácter romántico y sexual, pero es una de las virtudes más necesarias de cultivar como seres humanos. Etimológicamente la palabra “compasión” remite a un padecer compartido. Esto puede interpretarse como la capacidad de reconocer en el otro lo que también hay dentro de nosotros. Una conexión empática en la cual nos reflejamos como iguales y gracias a ello somos capaces de entendernos a pesar de los desacuerdos y dificultades. Cuando una pareja obra desde la compasión es porque se reconocen mutuamente y respetan lo que son individualmente. Desde la compasión aceptamos responsablemente que la pareja es tan libre y auténtica como yo lo soy.
¿Qué implicaría hablar de la compasión en lugar del amor? ¿O hacer una distinción entre ambas con el propósito de hacer un impacto positivo en nuestras relaciones? Primero que nada es fundamental aclarar que la preponderancia de la compasión como concepto no invalida los significados, tanto personales como colectivos, que influyen en nuestra visión del amor. Por supuesto que el amor forma parte indispensable del discurso y la retórica de como se definen a sí mismos ambos miembros que conforman una pareja. Pero también nos pone un límite si confiamos en que el amor basta para resumir la totalidad de una relación. No es imposible dejar un espacio para nuevos significados en la construcción de ese lenguaje común.
No todo es amor, ni todo puede serlo. Y siendo conscientes de eso hay que aceptar que el amor no debe poner límites a nuestras libertades o concesiones que nos libren de responsabilidades indispensables. En cambio, al obrar desde la compasión en una relación no olvidamos lo que nos une no solo como pareja sino también como individuos con su propio “padecer” humano.
El romanticismo está bien hasta cierto punto. No obstante, la propaganda del amor nos ha entumecido al ser visto como la única arma para resolver todas las dificultades, hasta que se comprueba que esto no siempre es así y por consiguiente vienen las decepciones. Una mayor dosis de realidad no le resta belleza a todas las complejidades que hacen posible una relación de pareja. La compasión tiende un puente entre esa realidad externa y una verdad interior conformada por la integración de nuestras distintas fortalezas humanas. Contrario a lo que podría creerse, la compasión no significa lástima. La diferencia entre ambos conceptos es que quien compadece ha sabido ponerse verdaderamente en el lugar del otro, o ha estado antes en esa posición. La compasión propone una igualdad de poderes en cualquier escenario. El que compadece no se siente superior al objeto de su compasión. Se sabe semejante y a su lado apoyándolo solidariamente.
La compasión también incluye al amor. Y en la relación de pareja si fuéramos más compasivos capaz no tendríamos tantas dificultades y amáramos más desde el respeto de la libertad de cada quien. Esto sería así porque nos centraríamos más en nosotros y menos en las expectativas acerca del otro. Si somos compasivos, entendemos que el otro tiene (igual que nosotros) sus ideas, limitaciones y fortalezas. Bajo esta óptica, podremos acercarnos (o alejarnos) más auténticamente. Por lo tanto, amar a alguien dejaría de basarse en ideas dudosas y contradictorias como la del “sacrificarse por otros” o “aguantar lo malo”. Vinculados por la compasión comenzamos a reconfigurar una visión coherente de las relaciones humanas con su propia ética.
Te invito a ampliar los ingredientes que mantienen la unión en la pareja y darnos la oportunidad de que la compasión se convierta en nuestro nuevo slogan. Haz afirmaciones que incluyan este concepto y aplícala activamente a la hora de definir lo que compartes con tu pareja. Desde una perspectiva sexontólogica se trata de contemplar a nuestra pareja con lucidez y simpatizando con sus inquietudes, sin negar o sacrificar nuestras propias búsquedas personales. Compadecemos el cuerpo ajeno y su fragilidad, porque así es también el nuestro. Nos dejamos conmover por los sentimientos que nos profesan porque nos conecta con nuestra propia vulnerabilidad. Apreciamos la inteligencia despierta que manifiesta sus propias ideas tanto en palabras y acciones que nos invitan a darles respuesta. Y compartimos una intimidad que nos vincula energéticamente hasta alcanzar momentos en que sentimos que podemos ser una sola persona contenida en el cuerpo del otro. Finalmente, compadecer es también saber soltar cuando una situación lo amerita y ambos comprenden que es la decisión más responsable. Todo ello lo alcanzamos cuando nos sentimos unidos por la compasión, aún aceptando las particularidades que nos distinguen, y teniendo la valentía de asomarnos en el otro para contemplar una parte de nosotros mismos.