Tiempo y la Sexontología

Parte I: El tiempo es mi mayor tesoro
Cerrar un año, culminar un estudio, renunciar a un empleo, recibir una condecoración, mudarnos, cumplir años, celebrar un aniversario, dar por finalizada una relación de pareja, la despedida de un ser querido… Todos estos son acontecimientos de la vida que significan un cierre o celebración de un largo esfuerzo. Es común que estando ante ellos miremos hacia atrás y saquemos cuentas del tiempo invertido en esa experiencia.
El tiempo y las emociones
La alegría, la nostalgia, la decepción, la satisfacción, la tristeza, son emociones que conviven en la mente y el corazón cuando tomamos consciencia del tiempo que hemos dedicado a algo, y lo cotejamos con los resultados obtenidos.
¿Qué es el tiempo?
Según la dimensión física representa la sucesión de estados por los que pasa la materia. Sin embargo, según la sabiduría popular, es el recurso que no se recupera. Por eso, se dice, “el tiempo pasa y no vuelve atrás”, “cuando era feliz y no lo sabía”, “el tiempo es lo más valioso que se tiene” y en consecuencia debemos escoger bien la manera en la que disponemos de él.
Pero ¿es entonces una posesión? ¿Qué es realmente el tiempo? Para Sexontológico, más allá de algo que se tiene, es una sustancia intangible que atravesamos mientras nos transformamos. A todas las edades somos seres en constante renovación y el tiempo no es otra cosa que lo que estamos haciendo con nosotros mismos justo ahora.
El tiempo, testigo por excelencia de las etapas de la vida
En nuestro tiempo de vida, si llegamos a cumplir con todas las etapas, pasamos por la infancia, la adolescencia, la juventud, la madurez y la vejez. Durante cada uno de estos estados miramos el tiempo de manera muy distinta. En la infancia no somos muy conscientes del tiempo que transcurre: el pasado y el futuro son conceptos sin forma. Nos dedicamos a aprender cosas nuevas a diario (siempre de la mano de nuestros padres o figuras paternas), a jugar y a disfrutar el ahora, que es lo único que existe.
Cuando somos adolescentes y al principio de la juventud generalmente nos sentimos ansiosos de que el tiempo pase. Constantemente esperamos un evento: encontrarnos con los amigos, las vacaciones, las salidas, los cumpleaños, la mayoría de edad… quisiéramos adelantar el tiempo de los deberes y obligaciones para quedarnos con los ratos de ocio, descanso y distracciones, pues es lo que más valoramos. El tiempo es entonces diversión versus responsabilidades. Aún aprendemos del mundo, principalmente de los padres, maestros y amigos. Comenzamos a acumular experiencias, tanto agradables como desagradables, que van formando nuestra personalidad y carácter: logros académicos, amistades profundas, las primeras relaciones amorosas, las primeras experiencias sexuales, mudanzas, viajes, despedidas, etc…
Una vez entrados en la adultez y en la vida profesional el tiempo equivale a dinero y a metas alcanzadas o por alcanzar. Contamos las horas de trabajo en función de la compensación económica que recibiremos y del crecimiento profesional. Nos trasladamos buscando nuevos retos. Planificamos a mediano y largo plazo: adquirir vivienda propia, auto, objetos, servicios, etc. También pensamos en tener nuestra propia familia y dedicamos tiempo a la pareja, sufrimos rupturas y nuevos comienzos. Generalmente durante esta etapa el tiempo es valioso cuando es productivo, porque tomamos consciencia de que no seremos jóvenes eternamente y trazamos metas en función de los años, tanto en el terreno profesional como en el plano afectivo. Limitamos los momentos de ocio y muchas veces sentimos culpa de tomar demasiados ratos para el descanso o la diversión. Más aún cuando nos volvemos padres, pues dedicamos gran parte del tiempo a criar a nuestros hijos y a conseguir los recursos económicos suficientes para brindarles las mejores oportunidades.
Llegada la madurez, cuando los hijos ya comienzan a andar su propio camino y hemos acumulado unas cuantas experiencias laborales y vitales, comenzamos a mirar el tiempo como un recurso para permitirnos realizar actividades que quizá siempre hemos querido hacer, pero se han visto postergadas por primar la adquisición de bienestar para la familia. Es el momento de tomar nuevos retos profesionales, ya no solamente pensando en el beneficio económico sino en el disfrute; también de ser generosos para compartir los conocimientos adquiridos. Es el momento de reunirnos con las amistades, de aprender nuevas habilidades, hacer cursos, viajar, dedicarnos a nosotros mismos y a la familia y de tomar la vida con más calma.
Mientras nos acercamos a la vejez volvemos a vivir el día a día como si fuésemos niños de nuevo, disfrutando de nuestros afectos, haciendo las actividades que más nos gustan. El tiempo es entonces memorias, familia, amores, libros que se van leyendo, comidas, vivencias…