Soy de la Generación Igualdad: Mes de la Mujer.

La energía sexual femenina y masculina está presente en todos y reconocerlo es el puente que abre los espacios de igualdad en los derechos humanos.
Pia Battaglia
La diferencia define y divide el mundo, a primera vista.
Como seres humanos estamos determinados por lo que somos, en oposición al reconocimiento de lo que no fuimos. Existimos de una manera única como individuos, porque existen otros que nos reconocen y porque somos conscientes de que otros existen.
Sin la diferencia no existirían puntos de comparación ni referencias para reclamar una identidad propia. Sin embargo, por lo general concebimos la existencia de estos binarismos desde la tensión y el conflicto.
¿Qué le ocurre al ser humano para que las diferencias sean percibidas con rigidez?
Históricamente hemos enfrentado al otro como un opuesto antes que como un complemento. Esto es un problema que se traslada fácilmente en el área de la sexualidad al momento de contraponer lo masculino con lo femenino. También ocurre cuando se erige lo heterosexual como norma frente a cualquier otra forma de identidad sexual. La cultura avala y promueve los binarismos enfrentados. Por lo tanto, el reto que muchas veces se nos presenta es aprender a igualarnos sin anular la diferencia, al mismo tiempo que atrevernos a reconocer lo que compartimos con quienes representan una otredad.
¿Qué significa OTREDAD?
Es la condición de ser otro. Los otros que nosotros somos, es decir, el reconocimiento de la existencia del otro que nos permite afirmar nuestra propia identidad y promover nuestro autoconocimiento. En otras palabras, buscamos inconcientemente a los otros para encontrar quienes somos en realidad.

La diferenciación que hay entre lo masculino y lo femenino constituyen un aparente límite que nos identifica desde el momento en que nacemos. Incluso mucho antes, cuando los padres descubren el sexo de sus futuros hijos mientras apenas se está formando en el vientre materno. Antes de que conozcamos el mundo, ya se nos tiene preparado un conjunto de oportunidades y prohibiciones basadas en presunciones culturales. El niño o la niña que nacerá ya tendrá un nombre, una vestimenta y colores que lo identifiquen en correspondencia con el sexo que representan.
Conforme los niños van creciendo su adscripción a un rol masculino o femenino se agudiza en tanto se presentan juegos, actividades, derechos y deberes, con dinámicas apropiadas para orientar al hombre o la mujer que será el día de mañana. Idealmente para la sociedad, masculino y femenino vienen a convertirse en una manera de ser en correspondencia exacta con la biología.
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¿Qué se espera de cada persona en la medida en que va creciendo?
El hombre debe ser masculino y se confía en que la mujer represente a lo femenino, sin un asomo de confusión. Así se nos enseña y constantemente vivimos rodeados de ejemplificaciones o referencias claras que lo subrayan. Aún hoy, cualquier desviación de patrones o roles predeterminados según el género no solo será mal visto, sino que también creará roces o conflictos con instituciones culturales como la familia, la escuela o incluso la religión.
El dato biológico que representan los genitales enseguida marcan un “destino” de quienes somos y que se espera de nosotros en lo sucesivo. Junto al género que representamos, habrán presiones, expectativas y caminos a seguir que la cultura designó expresamente para cada persona. Puede que hayamos logrado combatir muchas de esas limitaciones y prejuicios, pese a ello el peso de estas “presunciones” no se erradicará de la noche a la mañana.
Hombres y mujeres son educados para adscribirse o sobreponerse a las exigencias y estereotipos de cada sexo, en una pugna constante entre lo que son esencialmente como individuos y la idea que representan al formar parte de un género. Por supuesto, con esto nos referimos a una visión sesgada de lo humano. No obstante, la sociedad, sus instituciones y en algunos casos la propia ley con la descripción de derechos y deberes es poco sutil al momento de alimentar prejuicios relacionados con la sexualidad humana.
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El sesgo se convierte en una ley tácita y por ello debemos denunciar su transparencia para proponer otros modos de concebir la vida y la sexualidad por encima de los binarismos en oposición.
Se nos ha acostumbrado a pensar lo masculino y lo femenino como opuestos en constante confrontación. Frente a ello, la lucha de los sexos se hace evidente en aspectos no solo relativos a la sexualidad o las relaciones de pareja, sino también en los demás campos de la vida y la cultura que van desde la educación hasta las relaciones laborales. La división de los sexos crea conflictos de poder donde el género predispone apreciaciones sobre la fuerza, inteligencia y competencia de una persona en comparación a otra. Asumimos con naturalidad la desigualdad y la reproducimos inconscientemente en nuestras acciones.
Lo cierto es que masculino y femenino representan algo mucho más profundo que la identificación de los genitales. Es válido abstraerse para hablar sobre la posibilidad de una energía masculina y una energía femenina que poseemos, intercambiamos, transmitimos y usamos como individuos. Esta energía no depende exclusivamente del pene o la vagina, porque esencialmente estamos integrados por lo masculino y lo femenino, sin que una cosa excluya la otra dentro de nosotros. Todos tenemos de ambas. Cuando aprendemos a reconocerlo y aceptarlo entonces podemos hacer un buen uso de la energía masculina y femenina integrada en armonía hacia un propósito a través de la empatía.
-Un hombre que reconoce lo femenino dentro de sí compadece mejor las luchas que enfrentan las mujeres en un mundo con desiguales oportunidades.
-Una mujer que reconoce lo masculino dentro de ella comprende con claridad las presiones que enfrentan los hombres para corresponderse con las expectativas de fuerza y poder que se esperan de él.
-En ambos casos, entrar en contacto con el sexo opuesto dentro de nosotros nos ayuda a empatizar con la vulnerabilidad propia y ajena, para respetarla y aceptarla.
Los hombres y mujeres deben sanar lo masculino o lo femenino que hay dentro de ellos para aceptarlo como una parte integral de su ser. Sentir del modo en que lo hacen las “mujeres” o los “hombres” son consideraciones que nos elevan como seres humanos con capacidades y competencias que no se limitan exclusivamente a cumplir con los propósitos impuestos por la sociedad. También si aprendemos a pensar, percibir y apreciar el mundo desde esa “otredad” sexual que hay dentro de nosotros seremos personas más respetuosas, tolerantes y sensibles frente a los sentimientos propios y ajenos.