Resiliencia

Cuando un cuerpo o un material recibe un impacto violento inesperado, lo que podría entenderse como una colisión, es natural esperar que aquello que ha recibido tal golpe se modifique a causa de ello, o incluso se quiebre, fracture o sufra. Sin embargo, el impacto externo a pesar de esa irrupción cargada de violencia no necesariamente destruye aquello contra lo que choca. Hay elementos lo suficientemente fuertes no solo para resistir ese choque, sino para amoldarse a su efecto ya sea para luego recuperar su forma inicial o para incluso convertirse en una versión más poderosa de sí mismo. El hecho de que pueda ocurrir este resultado es lo que podríamos entender como resiliencia.
La resiliencia ha sido un concepto que se ha utilizado mucho en la psicología, pero que ha adquirido una nueva vida gracias a los trabajos de aquellas personas interesadas en la orientación espiritual y suscrita a las filosofías de crecimiento personal. Sea como sea, la resiliencia es un concepto esencial que tanto individuos como comunidades deberían tener en cuenta conscientemente para así desarrollar herramientas y estrategias que nos permitan ser personas resilientes ante desgracias y adversidades. En ese sentido la idea de configurarse como un “ser resiliente” también contribuirá favorablemente en nuestras relaciones interpersonales y a la par con nuestra sexualidad.
A menudo se anima a las personas que han sufrido un trauma o experiencia desagradable a que hablen sobre ello, que cuenten la experiencia de lo ocurrido y describan como se sienten posteriormente frente a ese acontecimiento doloroso. Recordar es confrontar sin negar la herida, lo que nos permite actuar para buscarle una cura. Pero no debemos enfocarnos exclusivamente en el cómo reaccionamos, sino también —y esto es mucho más importante— en las acciones que tomamos a partir de ello, en las acciones enfocadas para la sanación y transformación frente al aprendizaje que nos deja una herida; la cual no siempre es visible y también puede ser emocional o simbólica. Tras una ruptura problemática o una experiencia sexual frustrante, la resiliencia constituye una acción poderosa y responsable que puede ser entendida como una manera de crecer, una decisión consciente frente a la adversidad para ayudarnos a ser felices sin importar las desventuras que puedan presentarse.
El ser resiliente tiene la característica doble de resistir los golpes duros, pero también de incorporar ese evento traumático a la propia vida como una goma que retorna a su forma original, pero tras haber puesto a prueba el alcance de su elasticidad. Nada puede rompernos hasta desmoronarnos. Incluso en las ruinas florecen nuevas civilizaciones. Nuestras heridas fundan templos que fortalecen nuestra fe. Si asumimos con resiliencia una determinada situación, esta solo podrá impactarnos positivamente. Nunca niegues el trauma, pero no te refugies en el dolor sin pensar en sus efectos y consecuencias, así como en el aprendizaje que este trae. No definamos nuestras relaciones de pareja pasadas o actuales por el daño que nos han hecho. Se trata de resistir el choque, pero también reconstruirse a partir de esto. Una vida sexual y amorosa resiliente se nutre de lo que hemos aprendido de nosotros mismos en cada una de sus experiencias, y como hemos salido fortalecidos de ellas para seguir intentándolo y aprender de nuestros errores; seguros de no volver a cometerlos.
Estemos atentos a que el ser resiliente no es exclusivamente aquel que pasa una prueba de resistencia como si se tratara de estar de pie frente a un temporal y empeñarte en no caer. Lo que implica la resiliencia es que luego de la caída o el golpe no solo puedas levantarte, seguidamente retomas el equilibrio porque proteges tu integridad para sacar provecho de la situación gracias a los recursos que tienes a la mano. En ese sentido la resiliencia dependerá de la calidad de esos recursos a la hora de enfrentar el problema y adaptarte positivamente, siendo estos los valores seguros sobre los cuales apoyarse en buenos y malos tiempos. Muchas veces desconocemos cuáles son estos recursos o su verdadera magnitud y ante una tormenta emocional que creemos no saber cómo enfrentar se nos revelan en el instante decisivo. En la medida que contribuimos a fortalecer factores de protección abrimos una puerta de entrada para desarrollar resiliencia.
Un ser resiliente no es un mero individuo aislado en sí mismo. Es importante concebir la existencia de una resiliencia del hogar y de la comunidad, en como las partes que la integran trabajan conjuntamente para sobreponerse a las dificultades con amor y solidaridad. También puede existir entonces una resiliencia de la pareja, según la cual a partir de un problema salgan fortalecidos como relación. Y en ese sentido cualquier experiencia sexual problemática o incluso traumática podría generar una acción resiliente que sirva de aprendizaje, al mismo tiempo que demuestran el valor real de esos factores de protección con los que contamos. La oportunidad que nos dan las circunstancias malas nos permite desarrollarnos en los recursos disponibles con base a cosas que desconocemos dentro de nosotros, aunque estuvieran latentes. Gracias a la resiliencia se descubren puntos de quiebre, ese antes y después en la vida capaz de cambiarnos positivamente como personas y más productivos en lo sucesivo, en conformidad con las acciones y decisiones posteriores que tomamos luego de las desgracias; siempre y cuando no nos afiancemos exclusivamente en las reacciones.
Entonces, si queremos descubrir y fortalecer nuestra resiliencia, ¿cuáles son los factores de protección más importantes para un ser resiliente y también para una sexualidad resiliente? Uno de los principales es la buena autoestima y de ahí la importancia de fortalecerla. Una autoestima alta y bien desarrollada permite que enfrentes cualquier situación externa sin poner en otros la culpa, ya que no te tomas personal cada circunstancia, ni te asumes como poca cosa, ni tampoco te quejas de tu mala suerte. Estás seguro de ti mismo en cuanto al sentido que le otorgas a lo que ocurre a tu alrededor y eso incluye las heridas. Con una buena autoestima hay mayor resiliencia y esto en el sexo es evidente porque minimiza las inseguridades, o miedo a dar negativas necesarias frente a una propuesta incómoda o un señalamiento abusivo.
Otro factor de protección importante para la resiliencia viene representado por el papel que tiene la red de amigos y familia en tus relaciones humanas, así como la intervención de la fe y las creencias espirituales al momento de sentirse reconfortado. Es más fuerte quien tiene fe porque ostenta la confianza en que sí se puede seguir adelante y todo irá bien. No entendamos la fe exclusivamente como un valor vinculado a prácticas religiosas, sino a esa elevada aspiración humana de que todo tiene un sentido concreto y de que nuestro lugar en el mundo se define por algo mucho más grande y noble que lo aparente. Por eso es fundamental para el ser resiliente una escala de valores adecuada: priorizar lo importante y no caer en la tentación de sobredimensionar lo que no lo tiene. Desde la resiliencia, en algunas oportunidades las circunstancias difíciles o traumas permiten que desarrollemos discursos que estaban latentes o que el individuo afectado desconoce. Y si de “otorgar sentidos” se trata, interviene la historia y su interpretación. Dependiendo de la interpretación que hacemos de los eventos del pasado, una percepción determinada crea acciones positivas o en cambio se refugia en reacciones negativas y de estancamiento. Por eso, debemos cuidarnos de cuestionarnos los discursos que autosabotean nuestro progreso.
La resiliencia es también ejercer control en la preparación y no quedarse de brazos cruzados a esperar la reacción que tendremos. El ser resiliente se ocupa y toma precauciones porque se siente eficaz como persona en relación con su preparación, educación, habilidades y bienestar físico. Mientras más eficaces sean nuestras herramientas en igual medida la magnitud de nuestra resiliencia. Ejercer control en resiliencia contribuye a que enfrentemos las situaciones, pero que también soltemos cuando ya hicimos todo cuanto somos capaces dentro de la medida de nuestros esfuerzos. El problema es que muchas veces dejamos que el control sea dominado por el ego, sin aceptar que todo ocurre con naturalidad. Una vez hecho todo lo posible, simplemente suelta.
Una vida resiliente acepta la realidad como es (no se pelea con ella), cree en el sentido de la vida (no se vive por vivir o pensando que la vida te debe todo, se trata de vivir intensamente), busca avanzar, crecer y cambiar para transformarse (identificando las causas para crear acciones y no reacciones), realiza proyecciones positivas a futuro (evita ser catastrófico y no se enfoca en pensamientos saboteadores que lo determinen), cultiva la empatía (estar pendiente del otro) y se apoya en el buen humor; siendo este último un arma poderosa y subestimada, porque no existe nada que una sonrisa no desarme.
Por lo tanto, el consejo para convertirnos en individuos o grupos humanos resilientes es que deposites en amor sanando la herida a través de causas sociales y voluntariado, o también mediante la sublimación en el arte y la literatura. Y para que esta resiliencia también se vea reflejada en nuestras relaciones de pareja y sexualidad, es fundamental darle sentido a la vida, pero sin asumir posiciones de juez o víctima sobre las situaciones, teniendo en cuenta que las buenas acciones crean o fortalecen lazos afectivos y también nos entrenan a tener una actitud positiva ante el sufrimiento. En un mundo tan congestionado por ideas tan peligrosas como los desastres naturales que asolan el planeta, la resiliencia podría ser nuestra arma eficiente para no sucumbir y en cambio siempre hallar la forma de florecer entre los escombros o reconstruirse a partir de las cenizas.