Prostitución: El oficio más “antiguo” del mundo

A pesar de los dilemas éticos que representa, la prostitución es una práctica cuya existencia es transparente tanto en la cotidianidad como a lo largo de la historia humana.
Vemos y reconocemos la prostitución en distintos ámbitos del quehacer humano que no se limitan únicamente a su adscripción en espacios comunes que la identifican, tales como el burdel o las aceras durante la noche.
En buena medida, somos testigos, partícipes o participantes de la prostitución. Esto es así de universal porque dondequiera que el sexo sea concebido como un intercambio de favores para obtener una recompensa (generalmente monetaria), y el cuerpo sea visto como una mercancía negociable, se reconoce inmediatamente la existencia de la prostitución como actividad y oficio.
Desde un punto de vista moral y hasta cierto punto humanista, la prostitución representa un problema incómodo para la sociedad. Es inevitable no pensar en dicha actividad como un proceso de explotación enmarcado en las relaciones de abuso de poder y sustentada por la diferencia de clases económicas y sociales.
Analizar la prostitución como un problema social y humano nos confronta con situaciones de marginación, explotación de los débiles, problemas económicos, pérdida de identidad, e incluso pedofilia (con ello se alimentan mercados que complacen deseos prohibidos) y mafias creadas para cubrir esas necesidades (niñas explotadas, trata de personas). Nunca debe descartarse de la discusión que detrás de la prostitución hay daños colaterales y un oficio que se sustenta en la explotación de otros seres humanos como mercancías, incluso si dejamos a un lado los prejuicios moralistas.
Por su parte la práctica de prostituirse es condenada por las grandes religiones porque representa una falta que se corresponde con el pecado de adulterio. El estigma religioso (del pensamiento judeocristiano y también del islam) y los prejuicios que marcan a la prostitución como algo censurable se relacionan directamente con la concepción negativa e inmoral que tiene cualquier forma de sexualidad antes o fuera del matrimonio, así como el sexo no destinado a la procreación.
Hoy en día la sexualidad no-reproductiva y ajena al matrimonio no es condenado mayoritariamente como algo vergonzoso; sin embargo, la prostitución sigue siendo despreciada como inaceptable o moralmente cuestionable. Y este desprecio no responde exclusivamente al problema que representa la práctica como abuso y explotación de otros, sino que muchas veces se manifiesta en una doble moral según la cual se condena a la prostituta que lo ejerce pero se salva (o incluso se celebra o reivindica) a quien paga por ello. De igual modo resulta más fácil desestimar al individuo (sobre todo si es mujer) que ejerce la prostitución, sin que exista una verdadera crítica contra el sistema que la hace posible y que incluso la promueve.

La historia de la prostitución presenta particularidades que nos permiten apreciar como fue apreciada y ejercida a lo largo del tiempo. Comúnmente se le denomina “el oficio más antiguo del mundo”, aunque sea una aseveración cuestionable. Se dice esto porque hay registros de su existencia como práctica con remuneración económica que se remontan a los tiempos de la antigua Mesopotamia.
Incluso historiadores de la antigüedad refirieron que en Babilonia existía una peculiar tradición según la cual en algún momento de sus vidas todas las mujeres debían acudir al templo para ofrecerse sexualmente a un extranjero como símbolo de hospitalidad, recibiendo a cambio un pago simbólico. En la Antigua Grecia la prostitución era practicada tanto por hombres como mujeres e incluso quienes ejercían el oficio también pagaban impuestos. Mientras tanto en el imperio romano las prostitutas tenían especializaciones (habían prostitutas para felaciones o para otras prácticas determinadas).
Posteriormente el auge del cristianismo no erradicó la prostitución, a pesar de la noción de pecado. Al contrario, durante la Edad Media se extendió la aparición de burdeles, los cuales servían como lugares de paso y encuentro para los hombres de distintas clases sociales. En lo sucesivo, la prostitución siguió prosperando como negocio, pero luego tomó un carácter mucho más marginal en relación a su legalidad.
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Etimológica mente la palabra se refiere a algo que está “expuesto” y a la vista (pro: delante; statuere: estacionado); y se trata de un cuerpo ofrecido para que otro lo posea como intercambio económico. Socialmente la prostitución responde a la “necesidad” que tienen los hombres y mujeres de satisfacerse sexualmente. Existe esta necesidad por diversas razones, ya sea porque no tienen una pareja con quien hacerlo, porque tienen demandas secretas que no se atreven a pedir dentro de sus relaciones, o porque simplemente se ha convertido en un hábito dentro de su sexualidad.
A su vez, si bien la prostitución de mujeres es más común históricamente, la prostitución masculina tiene referentes en el pasado y generalmente estuvo asociada a la homosexualidad. No obstante, cabe destacar que es más “nuevo” hablar de mujeres que pagan por sexo porque no hace muchos siglos atrás el estatus de las mujeres en la sociedad no le otorgaba esa libertad e igualdad respecto a los hombres. Actualmente es común la existencia de gigolos que indistintamente pueden ser contratados por mujeres u otros hombres. Por ejemplo, en la novela La carne de Rosa Montero se relata una historia sobre un prostituto y su relación con una señora de sesenta años; siendo este un tipo de historia que sería inconcebible de narrar siglos atrás porque simplemente no ocurrían.

El marco legal de la prostitución
Su condición de práctica legal en 49 países del mundo (frente a 39 donde es completamente ilegal) no necesariamente ha legitimizado la prostitución, ni tampoco garantiza derechos de protección para las prostitutas en situaciones donde requieran amparo.
De igual modo el proxenestismo (obtención de beneficios a costa de quien ejerce la prostitución, como en el caso de proxenetas o dueños de burdeles) no se contempla dentro de la consideración legal en torno a la prostitución. No obstante, es común que una prostituta necesite de una “protección” por parte de un alcahuete o contar con un espacio que le permita ejercer su práctica. A su vez la prostituta suele ser vista como un paria dentro de la sociedad, según lo cual los daños que sufra en el ejercicio de su profesión difícilmente conseguirán ser resarcidos por la justicia. Por lo tanto, hay vacíos legales en relación a la prostitución que siguen generando debates necesarios.
En lugares como Holanda (especialmente en Amsterdam) las prostitutas cuentan con derechos laborales como cualquier trabajador más de otra profesión, mientras que en un país como Suecia hay leyes que contemplan a la prostituta como víctima y penalizan el cliente. Por su parte, España dispone de medios policiales para castigar al proxeneta.
Cuando existen mejores instrumentos legales que reconocen la prostitución y amparan a quienes la ejercen, en seguida se reconocen algunas ventajas que mejoran la calidad de vida de las prostitutas tales como registros oficiales que reconozcan sus derechos laborales, control y atención médica para prevenir enfermedades de transmisión sexual o embarazos no deseados, o incluso la posibilidad de abortos legales. Pese a ello no se debe descartar que con ello surjan nuevas deseventajas como la burocracia o el abuso de autoridades cuando se someten a sus legislaciones.
Más allá del estigma social o de la promesa de legalización, el gran problema que representa la prostitución es la manera en que explotadores se benefician de explotados para seguir alimentando las necesidades de clientes anónimos a los cuales no les importa los daños que genera la egoísta satisfacción de sus deseos.
Existen redes de prostitución dentro de la cual la prostituta es solo un eslabón dentro de la cadena, aunque lamentablemente sea quien reciba toda la condena del estigma social siendo vista como la mala. Dentro de estas redes se conforma una organización basada en rangos y papeles que ocupan distintos participantes no limitados exclusivamente a la prostituta y su cliente. Estos otros roles vienen a estar ocupados por los intermediarios de esa relación mercantil, quienes se benefician explotando a la prostituta, a la cual toman bajo su protección ya sean en las calles (chulos, traficantes) o en un burdel (dueños de locales, madamas).
En ocasiones entre estos protectores y las prostitutas se crea una relación enfermiza de carácter paterno o maternofilial, donde podría surgir un ciclo de abuso y extorsión. Como parte de estas dinámicas aparece el consumo de drogas y alcohol, siendo armas de doble filo que cumplen la función de herramientas de control. Al proxeneta le conviene que la prostituta sea una adicta para suministrarle los vicios que la mantendrán apegada a su lado. Al respecto se recomienda la lectura del libro Milena o el fémur más bello del mundo ya que es un relato agudo que explota la violencia y los peligros del trafico de mujeres; así como su asociación con el consumo de drogas. Debemos tener presente que la prostitución no es un mundo sencillo ni otorga una vida fácil para quienes forman parte de este negocio.
A la hora de la verdad, ¿quién es feliz con esa profesión? Tanto para prostitutas como sus clientes, el poder de la sexualidad suele ser mal utilizado mediante una ventaja de poder. Hay hombres que se acostumbran a esos encuentros, prefiriendo compañías pagadas porque es más fácil. No tienen el reto de construir o mantener una relación de pareja, ni les hace falta ser buenos amantes. Simplemente le pagas al otro para mantener el simulacro de una relación donde tu satisfacción es lo único que importa.
Por lo tanto, la reflexión que se invita a hacer en torno a la prostitución es hacernos conscientes de consecuencias que puede tener en nuestra vida cuando participamos en este tipo de prácticas; ya sea como clientes o proveedores de un servicio sexual. De igual modo es imprescindible que reconozcamos en nuestras propias relaciones si no se presentan intereses o intercambios de poder que vician la dinámica de una pareja por el miedo de perder un privilegio o las ganas de consolidarlo, sin que exista verdaderamente una conexión sentimental y sexual con el otro.
Reconozcamos en cambio el abuso que trae consigo las relaciones de poder donde el sexo se convierte en una moneda de cambio para que unos sobrevivan y otros desahoguen deseos de una forma insensible y egoísta.