#MeToo: Una concepción valiente y responsable de la sexualidad.

Hay momentos históricamente claves para entender la forma en que la sociedad experimentó un cambio de percepción sobre la sexualidad. Los movimientos feministas del siglo pasado ayudaron a crear el camino para reconocer los derechos de la mujer, pero también para romper los esquemas anticuados en torno a la sexualidad femenina. Gracias al feminismo comenzamos a aceptar abiertamente, como sociedad, la existencia del deseo femenino y concebir a las mujeres como personas con pleno control de su sexualidad y potestad sobre sus propios cuerpos. Los movimientos de liberación sexual durante la época de la contracultura contribuyeron a considerar el sexo como parte de una cotidianidad que no debe ser negada ni oculta. Al librarnos de la vergüenza y la culpa, aprendemos a separar el sexo del tabú. Seguidamente las luchas de reivindicación LGBT a raíz de los disturbios de Stonewall, sentaron las bases para la normalización de otros tipos de sexualidad (homosexual, bisexual) además de la heterosexual y nuevas concepciones de género (transgénero) no definidas exclusivamente por el clásico binarismo genital representado por el género masculino/femenino. El camino de aprendizaje ha sido largo desde entonces y aún quedan muchas luchas por ser libradas para reclamar el respeto que todos los seres humanos merecen por igual.
A raíz de la campaña #MeToo y las denuncias por acoso, violación y otras formas de abuso en el seno de Hollywood, actualmente estamos siendo testigos de otro momento clave dentro de la historia del sexo: las víctimas de abuso han comenzado a romper el silencio sobre lo que han sufrido y con ello han inspirado a que las mujeres comiencen a hablar sobre situaciones que siempre han ocurrido pero que pocas veces se le ha dado la atención que merece. Luego de que las actrices de Hollywood denunciaron casos de violación, acoso y otro tipo de atropellos sexuales por parte de hombres poderosos como el productor de cine Harvey Weinstein, las víctimas ahora tienen nombre y rostro. Sus historias se parecen a las historias de muchos de nosotros. Lo cierto es que constantemente estamos expuestos a relaciones tóxicas de poder que convierten el sexo en una herramienta de dominio y coerción, donde el más fuerte, poderoso o privilegiado aprovecha su situación para abusar sexualmente de alguien aparentemente débil, desprotegido y parte de una sociedad que no ofrece suficientes herramientas para combatir estos atropellos.
Cuando se trata de defender y señalar los límites del respeto no hay áreas grises: Un NO es exactamente lo que significa, sin dobles interpretaciones. Nadie debe ser irrespetado o despreciado ni mucho menos ser atacado sexualmente por el modo en que manifieste su sexualidad. La manera en que alguien se vista o se comporte no debe interpretarse como concesión a avances eróticos. Si la persona en cuestión no manifiesta abiertamente su permiso para dar pie a un acercamiento romántico o sexual, entonces no es correcto forzarla. El consenso entre ambas partes es imprescindible para ejercer cualquier tipo de práctica o actividad sexual. Y si alguien aprovecha su posición de poder para controlar a su antojo la sexualidad de otros, entonces esa persona está cometiendo actos de abuso sexual capaces de generar repercusiones graves en otros. Y estos daños no solo lo sufren las mujeres a diario, sino también muchos hombres quienes en ocasiones han sido víctimas de abuso dentro de su relaciones laborales, noviazgos o matrimonios a razón de esos desbalances en las relaciones de poder. Ha llegado la hora de replantearnos el modo en que nuestra visión sobre las relaciones sexuales y las dinámicas convencionales del cortejo favorecen conductas abusivas que deben ser desaprendidas. Es tiempo de transformar positivamente nuestras antiguas percepciones sobre el sexo, de reconocer los vicios dentro de cualquier ámbito en el que nos hayamos sentido privilegiados para evitar malos comportamientos y apoyar una concepción de las relaciones sexuales donde se respeten los límites del otro. No culpemos a las víctimas para justificar a los culpables y en cambio desarrollemos mecanismos legales más efectivos para combatir conductas de abuso sexual y castigar a sus responsables conforme a la ley.
Sin embargo, no hay que perder de vista el problema fundamental: aun hoy en día las mujeres todavía deben luchar contra un sistema y una sociedad que no solo favorece los apetitos del deseo masculino heterosexual imponiéndose por encima de los derechos y libertades de las mujeres (y en ocasiones otros hombres), sino que también los celebra como un signo de virilidad. Como resultado de tales injusticias, las mujeres deben abrirse camino para reclamar espacios y alzar su voz. No se trata exclusivamente de exigir respeto en el ámbito del sexo, sino también en las distintas áreas del quehacer social y eso incluye abogar por el mismo número de oportunidades laborales y educativas así como salarios equitativos no determinados por tu género, y en cambio definidos por tus capacidades, experiencia y competencias individuales. La campaña #MeToo es también una invitación a que escuchemos a esas mujeres que se están atreviendo a hablar, para que no volvamos a considerar el silencio como la única alternativa para protegerse después de haber sufrido una forma de abuso, porque nunca es tarde para encontrar la verdad y hacer valer la justicia. De ahí la importancia de valorar el discurso de Oprah Winfrey en la ceremonia de los Golden Globe 2018. Las palabras de Winfrey son necesarias y justas en un momento como este (puedes ver el discurso subtitulado aquí).
Nadie está exento de convertirse en víctima de abuso o incluso en victimario. La reflexión y la advertencia que trae consigo la campaña #MeToo, desde el punto de vista sexontológico, es que ha llegado el momento de hacernos responsables y apoyar el cambio sin por ello negar la sexualidad como un territorio donde la libertad no contradice el respeto. No se trata de buscar la pureza y ser perfectos, porque todos cometemos errores. Se trata de ser valientes y celebrar la valentía de quienes han dado un paso adelante para denunciar lo que siempre ha sido incorrecto. Se trata de inspirar a nuevas generaciones a ser más valientes, conscientes y respetuosos en torno al sexo. Se trata de acusar el problema para enseguida trabajar en la búsqueda de mejores soluciones.
#MeToo: Yo también tengo una historia que contar.
Yo, María Pía Battaglia, tengo una historia que contar. Yo también…
Mi propia historia de #MeToo se divide en dos historias, y ocurrieron a distintas edades de mi vida. Aunque nunca antes había hablado públicamente sobre estas historias, sus marcas permanecen tatuadas en mi subconsciente. Hoy me atrevo a contarlas para inspirar a otros a hablar sobre aquello que pesa y duele, para recordarnos que no estamos solas. Hoy decido hablar porque somos algo más que víctimas dentro de una narrativa. Hoy hablo porque tenemos nombres y rostros reconocibles. No somos una cifra anónima que forma parte de una estadística aterradora. Porque ha llegado el momento de no sentir miedo ni vergüenza cuando se trata de reclamar justicia. Porque nunca fuimos las culpables y nadie debería hacernos sentir de esa forma.
Era muy niña, lo suficiente como para no saber que todos los peligros no siempre se encuentran fuera de casa. Yo tenía 9 años, a lo sumo, cuando desde Italia vino un pintor supuestamente famoso y reconocido, junto a su esposa, para quedarse en casa de mi familia durante unos días. Uno de esos días, en el transcurso de su visita, sin saber cómo ni por qué, me encontré posando en un cuarto frente a la mirada de este pintor y su esposa. Solo llevaba puesta mi ropa interior en la parte de abajo, mientras ellos me tomaban fotos. Me sentía expuesta y desnuda, sin saber como reaccionar ante la situación. Sé que hicieron muchas fotos, y yo simplemente opté por quedarme calladita obedeciendo a las instrucciones de ellos porque me habían enseñado a hacerle caso a las personas mayores. Además, en mi mente ellos no eran unos extraños. Eran huéspedes invitados por mi familia, considerados como amigos. Si ellos confiaban en estos invitados, dejándolos formar parte de mi familia, entonces yo también inconscientemente me sentía sujeta a hacer lo mismo.
Mis fantasmas de esos días continúan existiendo como cuadros colgados en las casas de distintos miembros de mi familia, quienes compraron las fotos de este “célebre” pintor. Quizá otros extraños adquirieron algunas de estas fotos donde yo aparezco. Mi infancia quedó retratada para siempre en esos cuadros y junto a ella ha quedado preservada la prueba no contada de un abuso con apariencia inofensiva para quienes poseen esas fotos. Nunca hablé sobre esto con nadie. Años más tarde, como mujer adulta, fue que comprendí que tanto aquel pintor como su esposa habían abusado de mí, dentro del lugar donde más debía sentirme protegida como lo era mi hogar.
Otro episodio ocurrió con alguien muy cercano a mi familia. Para ese entonces yo habría cumplido apenas quince años. Recuerdo que en ese tiempo yo había terminado mi relación con mi novio de la adolescencia. Una noche yo llegué tarde de una fiesta y me encontré con este “amigo” de mi familia que en ocasiones dormía allí, ya que era considerado como uno más dentro de la casa siempre que venía.
En consideración a la hora, ya todos dormían dentro de mi casa y aquel hombre era el único despierto. Aprovechando la ocasión de que estábamos prácticamente a solas, al verme, me dijo:
—Tengo que hablar contigo, Pía. Dicen por ahí que te andas “regalando” y creando fama de “putica” entre tus amigos.
Yo negué sus acusaciones, confundida ante sus señalamientos. Noté que estaba bebiendo alcohol y que actuaba como si ya había bebido bastante antes de que yo llegara. Él se acercó a mí e intentó besarme. Yo no me dejé y rechacé de inmediato sus avances. Recuerdo claramente que en medio del forcejeo sujetó mi camisa blanca con excesiva fuerza hasta que consiguió romperla y se desprendieran los botones. Yo me alejé de inmediato, corriendo hasta mi cuarto y allí me encerré asegurando la puerta.
La peor parte vino después. Me sentí defraudada y ridiculizada cuando le conté lo ocurrido a alguien de mi familia, a quien le concernía la historia sobre este “amigo”: su pareja. Se lo conté a ella porque sentí que no debía quedarme callada respecto a esa situación. Necesitaba que alguien lo supiera y me pareció natural que fuera la persona más cercana a él. Pero ella prefirió quedarse callada. No hizo ni dijo nada al respecto.
Los años pasaron y ese hombre me pidió perdón por lo ocurrido un día antes de que le hicieran una operación. Pero ya era tarde para mí. O, peor aún, para otras posibles víctimas. Veinticinco años después, al escuchar historias de otras niñas de mi familia que en aquel tiempo eran iguales o menores que yo, me enteré que ese mismo hombre había manoseado a ella y a su hermana. No pararlo a tiempo, hacerse oídos sordos y la vista ciega, condujo a que ese episodio se repitiera con más niñas inocentes.
Hoy en día sé que él, ya divorciado, todavía siente atracción por las jovencitas. En mala hora nadie detuvo ese tipo de situaciones a tiempo. Los adultos somos responsables de parar, desenmascarar, denunciar, confrontar y tomar las acciones propias para no permitir que esas personas sigan abusando de otros. La víctima fui yo y solo ahora me atrevo a contarlo públicamente.
Me gustaría decirles a los que oyen una historia de abuso, que no pueden ser solo contenedores pasivos y silenciosos de un relato o un secreto que otra persona desprotegida les está confiando. Si han sido escogidos para lidiar con una situación como esta, es imprescindible que actúen responsablemente en favor de la víctima. Cuando no se acusan a los abusadores es muy probable que estos volverán a actuar de la misma forma en que lo han hecho antes. Siempre habrán nuevas víctimas para un mismo culpable, tal como ocurrió en mi familia.
Historias como la mía y las de muchos otros nos invitan a que nos detengamos a reflexionar en cuanto a la búsqueda de soluciones que minimicen y erradiquen este tipo de situaciones. Aboguemos por la implementación de leyes y recursos legales implacables a la hora de tomar acciones contra personas que cometan abusos sexuales y que cumplan una condena en casos de violaciones. También eduquemos a otros para impedir que como sociedad juzguemos a la víctimas antes de acusar al culpable. Nunca se debe despreciar a la víctima, ni minimizar su relato con acusaciones suspicaces. Ejemplos tales como: “¿Por qué iba vestida de esa forma?” o “¿lo habrá provocado?” son frases que no deben ser aceptadas como respuesta en ningún contexto. Debemos revisar también hasta que punto el internet no cuenta con regulación suficiente para permitir acosos virtuales y atenta contra temas de intimidad o privacidad individual. También hay que cuestionar críticamente el tipo de representaciones que consumimos en el arte (desde películas y libros hasta programas de televisión como telenovelas) y que favorecen la noción de que ciertas conductas “abusivas” son socialmente aceptables porque definen cuestiones asociadas a roles de género (la “virilidad” masculina como algo que debe demostrarse, la “decencia” femenina como algo que debe comprobarse y conceptos similares que generan presunciones dudosas y debatibles).
A su vez, desde un punto de vista sexontológico, es importante reflexionar sobre el “después” de esas historias que nos contamos y repetimos. Muchas veces las historias que escuchamos y leemos se concentran en el drama como una finalidad. Por lo tanto, para ser responsables con estas situaciones ese mismo relato no debe concentrarse en la identificación con el personaje desde la empatía, sino también ofrecer una conclusión posterior al drama, es decir una resolución como desenlace. Las historias que acusan un problema demandan también una correspondiente solución. Si solo nos identificamos como parte de un grupo, no resolveremos el problema ni impediremos su repetición. Es necesario actuar a partir de ello en pro de soluciones.
También quienes han contado una historia y padecen un trauma relacionado con una situación de abuso, necesitan el tipo de ayuda que le puede ofrecer la terapia de coach sexontológico. Siempre hay que estar atentos al pasado y sus consecuencias. Con el tiempo comprendemos mejor hasta que punto una situación nos ha afectado profundamente. Nunca es tarde para darse cuenta de ello y hacerlo notar. El pasado se termina cuando se enfrenta para superarlo.