Libres y responsables: Mi cuerpo, mi decisión.

Mi cuerpo mi decisión.
A lo largo de la historia, el cuerpo de una mujer siempre ha sido centro de debate y controversia, precisamente como si se tratara de un objeto sobre el cual los hombres tienen la última palabra. Incluso la tradición bíblica sostiene que la primera mujer fue creada a partir de la costilla del primer hombre, siendo esta una idea que culturalmente indica que el cuerpo femenino es una posesión masculina desde su génesis. Y así con el paso del tiempo las mujeres mayoritariamente cumplieron roles de madres, hijas y esposas como si fueran las únicas formas aceptables de ser mujer; a menos que asumieran una vida monástica. Fuera de la norma, las mujeres han sido juzgadas y agredidas como amantes, brujas o prostitutas. Cada uno de estos roles definían y clasificaban a las mujeres en función de otros hombres y no de su individualidad. A los ojos de la sociedad, sus cuerpos nunca fueron suyos por completo.
Ha sido un largo camino para llegar adonde estamos considerando que la autonomía y libertad sobre el cuerpo femenino era algo que ni se pensaba como discusión. Era un privilegio enteramente masculino. Por supuesto, muchas percepciones han cambiado desde entonces así como en materia de leyes se han ganado batallas decisivas para asegurar esa libertad. En teoría, parece no quedar duda de que si somos iguales en derechos y deberes, entonces cada mujer posee autonomía sobre las decisiones que toma sobre su cuerpo. Esto es así, hasta que aparecen situaciones que despiertan la amenaza y el miedo a que la libertad de una mujer contradiga lo que la sociedad patriarcal espera de ella. En resumen, la guerra se sigue peleando.
¿Por qué genera violencia e incluso rechazo que una mujer ejerza libertades sobre su cuerpo? Si el cuerpo de cada individuo es enteramente su responsabilidad, ¿por qué la preocupación “paternalista” de la sociedad busca maneras de coaccionar la libertad de una mujer en relación a su cuerpo? Da la impresión de que esa libertad tiene límites que funcionan de una manera completamente distinta cuando se trata de un hombre. Y aún cuando a una mujer no se le impida hacer lo que quiera con su cuerpo, se le somete a juicios negativos que traen de vuelta al inquisidor que condena a brujas por su comportamiento. Las hogueras ahora son simbólicas, pero la restricción sigue entorpeciendo la autonomía de la mujer con su cuerpo.
En contraste un hombre rara vez tendrá que dar explicaciones o justificarse por alguna decisión relacionada con su cuerpo. En cambio cuando se trata de una mujer cualquier acto que parezca “transgresor” como mínimo obtendrá un comentario despectivo. El punto en común de estas reacciones suele relacionarse con la sexualidad femenina. El hecho de que una mujer sea libre de tomar decisiones sobre su cuerpo, implícitamente también nos recuerda que esa mujer también tiene el control absoluto sobre su sexualidad. Así que disentir o juzgar de mala manera lo que una mujer haga con su cuerpo en realidad encubre algo mucho más profundo: a la sociedad todavía le cuesta reconocer la sexualidad de la mujer y la gratificación de sus deseos, especialmente cuando no se corresponden con exactitud a lo que los hombres quieren. A muchos hay que recordarles de vez en cuando que no es de su incumbencia lo que una mujer haga o deje de hacer con su cuerpo.
Sorprende el hecho de que cuando una mujer toma una decisión relacionada con su cuerpo enseguida se enciende el debate sobre si es apropiado o no. Son numerosos los ejemplos donde se puede identificar este tipo de oposición que cuestiona las decisiones de una mujer sobre su cuerpo a partir de un juicio negativo, bien sea desde la pérdida de la virginidad hasta ponerse un tatuaje o un piercing. Hay un constante miedo a que la mujer ejerza su sexualidad a una edad temprana, mientras que se le pide al hombre que ofrezca ejemplos de virilidad desde que es un niño o adolescente.
Para algunas mujeres decisiones normales como hacer una dieta o someterse a una cirugía de embellecimiento se enfrentan a opiniones disuasorias. Otras acciones como la ligadura de trompas o el uso de anticonceptivos también podría causar conflictos con parejas masculinas. En algunos países incluso una mujer necesita el permiso de su esposo para llevar a cabo el proceso de ligarse. Si a eso le añadimos que todavía perduran culturas donde es permitida la ablación del clítoris para tres millones de niñas al año, entonces con mayor fuerza deben hacerse los reclamos justos. Sí, soy mujer y este es mi cuerpo. Sí, soy responsable y consciente de las decisiones que tomo sobre ese cuerpo que me pertenece. Y por esa misma razón, defiendo mi libertad y la de otras mujeres en oposición a cualquier fuerza ajena que intente tomar el control sobre nuestros cuerpos.
La punta del iceberg: el aborto.
Recientemente ha causado mucho revuelo la consigna feminista “mi cuerpo, mi decisión”, la cual representa la lucha para legalizar el aborto en aquellos países donde tales prácticas se ejecutan en clandestinidad. Como tal el aborto constituye el punto más álgido de la discusión sobre el ejercicio responsable y autónomo del cuerpo de una mujer. Es un tema controversial que apenas representa la punta del iceberg de problemas socioculturales mucho más graves y profundos, y que generalmente se pierden de vista cuando todo el juicio se concentra en acusar moralmente a la mujer que toma una decisión tan difícil. Por ello es importante considerar el tema del aborto desde una perspectiva humana, y por lo tanto compasiva, como parte de la legítima defensa sobre los derechos de las mujeres en relación a sus cuerpos y su sexualidad.
Con esto no se pretende alentar el aborto, ni mucho menos promoverlo como la única alternativa frente a un embarazo no deseado. No obstante, es injusto hacerse ciego ante las particularidades personales que conlleva una decisión tremendamente difícil y concentrarse exclusivamente en un cómodo juicio moral. Para alguien que como yo a lo largo de su vida sufrió seis abortos espontáneos por problemas con mi matriz, comprendo perfectamente el sufrimiento físico y emocional que trae consigo un aborto. En ese sentido como ser humano no perdemos nada poniéndonos en el lugar del otro e intentar comprender el inmenso dolor detrás de esa decisión para alguien que lo ve como su única salida desesperada.
Un embarazo no deseado, bien sea por causa de una violación o por un descuido en el uso o la falta de anticonceptivos, representa para una mujer un obstáculo en sus objetivos de vida. Algunas mujeres no quieren ser madres o no se sienten preparadas para serlo. Entonces toman la decisión de abortar, independientemente de que haya una ley que lo permita o no. Cuando no hay ley que la ampare en este trance, se somete entonces a una operación clandestina; la cual implica los peligros de una mala praxis médica o una carnicería inexperta. Las muertes y accidentes por abortos clandestinos, o prácticas abortivas autoinflingidas, podrían reducirse si la sociedad educa y protege a una mujer en cuanto a sus derechos humanos básicos.
Las peticiones de ley a favor del aborto legalizado contemplan un margen de tiempo adecuado para realizar este tipo de operación cuando todavía hablamos de un feto y no de un bebé ya prácticamente formado. Muchos le pedirán a la mujer que quiere abortar la entrega en adopción de su hijo una vez que nazca. Quienes se hacen llamar pro-vida se muestran preocupados por el futuro de un ser no nacido. Pero, ¿esa preocupación se traduce realmente en acciones de cambio para mejorar los sistemas de adopción? ¿Existe una responsabilidad real por parte de la sociedad para atender a niños abandonados? ¿O una vez que nacen ya no les importa?
Una mujer que aborta se traduce en un cuerpo que sufre. Es un proceso rudo que ninguna mujer experimenta por gusto, aunque así lo haya decidido. El aborto no debería ser la alternativa desesperada para lo que a final de cuentas se trata de una consecuencia natural. Pero también es cierto que un embarazo cambia y modifica el futuro de una mujer, así como lo hace con su cuerpo. Tener hijos es una decisión compartida cuando nos referimos a una pareja o un matrimonio formando una familia. Una mujer que no ha tomado la decisión de ser madre representa una categoría de responsabilidad completamente distinta. Si quiere abortar porque no acepta los cambios que ese embarazo traerán a su vida es muy probable que lo haga independientemente de que nos guste o no. Como sociedad somos responsables de evitar desgracias por el simple hecho de que una mujer y su cuerpo no sea protegida cuando más lo necesita.
Haciéndonos responsables de nuestros cuerpos: Educación sexual y de prevención.
Como ya se dijo, el aborto solo representa la consecuencia evidente de problemas mucho más graves. Parte de la libertad y responsabilidad que asumimos en relación a nuestro cuerpo dependerá de dos factores fundamentales: una buena educación sexual y leyes justas que contemplen los derechos de hombres y mujeres por igual. Para reconocernos autónomos en el uso de nuestros cuerpos es fundamental aprender a cuidarlo y respetarlo, y como parte de ese proceso extender ese mismo respeto al cuerpo de otros para no interponernos en las decisiones que tomen.
Educarse y educar a otros es la clave para transformar mentalidades creando un impacto positivo en la sociedad. Una sociedad que cultiva valores de integridad e igualdad, aminora los problemas que se presenten en el campo de la sexualidad; lo cual incluye la prevención de embarazos no deseados y la defensa individual para ejercer decisiones libres sobre nuestros cuerpos. Por eso la postura de sexontológico aboga por una educación de prevención y con enfoque en la sexualidad a temprana edad para niños y adolescentes. Los padres y maestros tienen la noble tarea de instruir a sus hijos o alumnos sobre temas de salud que no excluyan las reflexiones en torno al sexo.
Los tabúes solo refuerzan prejuicios y comportamientos ignorantes. Niños que comprendan el valor de sus cuerpos respetarán a otros. Adolescentes a los cuales se le hayan enseñado las medidas de prevención y los procesos naturales que definen al sexo, entonces tendrá una perspectiva franca de los cambios que están experimentando. En un mundo ideal un nivel de educación sexual optimizada al alcance de todos permitirá una nueva generación de adultos que se sientan libres y responsables por el uso que le dan a sus propios cuerpos. Por consiguiente ellos contribuirán a que sucedan los cambios necesarios para que exista igualdad de derechos para los hombres y mujeres en todos los ámbitos. Ya no hará falta entonces que una mujer deba defender que su cuerpo es su decisión, porque esto representa un derecho obvio y sin contradicciones.