La vida después de una ruptura amorosa

Según una investigación realizada en el 2016, a cargo del Instituto de Estudios Familiares (IFS) , en Estados Unidos un 48% de adultos en el rango comprendido entre 18 y 64 años se encuentran actualmente casados. Tal cifra representa una baja considerable comparado con censos de 1960, cuando la tasa reportaba un 75%. Según ese mismo estudio las personas menores de 35 años y sin educación universitaria tienden a permanecer solteras. En contraste, la tasa de divorcios de Estados Unidos es considerablemente menor a la de Europa, donde en países como España, Portugal y Dinamarca presenta altos porcentajes superiores al 60%.
Ante estos datos cabe preguntarse, ¿los matrimonios duraderos se convertirán en una curiosidad del pasado? ¿Son cada vez más cortas las relaciones? Independientemente de estas cifras lo fundamental es comprender que las relaciones tienen un tiempo imprevisto y la experiencia de cada relación es completamente distinta. Resulta coherente con los tiempos que vivimos el hecho de que las relaciones sean más cortas y los divorcios se conviertan en una opción cada vez más natural. Las parejas contemporáneas están cada vez más dispuestas a descubrir las ventajas de vivir juntos antes de casarse y en algunos casos prefieren prescindir del peso que representa el matrimonio como un hito. O al menos se mantienen así hasta que descubran razones compartidas para querer casarse, más allá de complacer una convención social. Antes de ver esto como un signo negativo según el cual el amor “escasea”, en su lugar comprendamos que ya no se considera una obligación aguantar una relación tóxica para guardar las apariencias o porque está mal visto divorciarse. Lo fundamental es que esa ruptura sea una decisión que tomamos o aceptamos porque algo ha dejado de funcionar. Y si algo no funciona no nos hará sentir plenos y felices.
Cuando formamos parte de una pareja, o si incluso damos el gran paso de casarnos, debemos ser conscientes de que la ruptura es una consecuencia natural que podría ocurrirle a todas las relaciones en cualquier momento. No por ello debemos ser fatalistas frente al amor, ni mucho menos dejar que esa incertidumbre perjudique la dicha del presente. La sola idea de terminar con una pareja suele tener connotaciones negativas porque los divorcios y rupturas amorosas están asociadas al concepto de derrota. No solo sentimos que perdimos algo, sino que creemos haber fracasado por llegar a un punto en que nada se pudo enmendar. Esta visión genera una predisposición que obstaculiza el consecuente y necesario proceso de aceptación después de una ruptura. El final de una relación o un matrimonio se experimenta como un sentimiento parecido al luto. Sin embargo, para tener una ruptura exitosa es imprescindible asociarla con nuevos conceptos de carácter positivo.
Cuando inicias una relación y te sientes bien en ella, resulta inevitable imaginarse viviendo con esa persona por muchísimo tiempo. La felicidad en pareja se traduce en planes a largo y mediano plazo porque el otro comienza a formar parte de tu vida. En ese sentido cuando la ruptura aparece como conclusión de una relación debemos afrontar un cambio radical de los planes que hayan sido ideados. Con ello se producen reacciones ambivalentes para los miembros de la pareja. Lo más difícil es aceptar una situación que traerá cambios inmediatos a nuestra vida, además del consecuente dolor por la pérdida de algo esencial. Al igual que con la muerte de un ser querido, el duelo a causa de esa ruptura requiere un tiempo para ser lamentado antes de comenzar un verdadero proceso de sanación. En algunos casos superar esa ruptura se vuelve un objetivo esquivo hasta el punto de que la tristeza generada por la misma es lo suficientemente poderosa para derivar en una depresión. Por eso debemos tener cuidado de lo que hacemos y decimos luego de experimentar una ruptura o pasar por un proceso de divorcio. Si pensamos en ello como algo que se padece (“sufriendo una ruptura”), entonces será difícil conciliar con la decisión desde la aceptación.
Cuesta ver con claridad el futuro al momento de decidir un divorcio o aceptar la resolución del otro de que la relación debe terminarse. Al respecto surgen diversos anhelos y expectativas, muchas veces contradictorios y perjudiciales. Como consecuencia de ello surgen deseos de querer revertir la decisión o suponer que el otro cambiará de opinión. El caso es que si se ha llegado a un punto de quiebre tal que el divorcio parece la única consecuencia viable, significa que ese matrimonio ha dejado de funcionar para ambas partes del modo en que solía ser. Una relación se termina porque ya no es satisfactoria para sus implicados. Una pareja se disuelve porque ya no se sienten felices estando juntos. Si esto es así las esperanzas de una reconciliación no erradicarán los problemas que obligaron la ruptura, ni tampoco traerá de vuelta la felicidad. Por ello, solo hay una palabra inequívoca para manejar del mejor modo posible esa ruptura: aceptación.
Aunque parezca una idea distante y lejana para quienes experimentan una ruptura en tiempo presente, el proceso derivado de ella podría representar un salto para mejorar como persona y tener relaciones de pareja más óptimas en el futuro. Con un divorcio no se acaba la posibilidad de casarse nuevamente en el futuro, ni tampoco significa que el amor se ha acabado para siempre en tu vida. Lo fundamental para aceptar dicha ruptura es aprender otra vez a reencontrarse con uno mismo en libertad. Esto es complicado porque descubres una versión de ti que has olvidado, pero que al mismo tiempo es completamente nueva debido al cúmulo de experiencias obtenidas durante la relación.
La pérdida de identidad se convierte en un problema base en muchos casos de ruptura amorosa o divorcio. La pareja representaba un ente conformado por dos personas. Al perder esa unidad viene un desequilibrio natural antes de reconfigurarse a uno mismo. Las relaciones de pareja y los matrimonios implican condiciones tácitas de pertenencia. Tengamos en cuenta que incluso antes las mujeres perdían el apellido y asumían un “de” que acentuaba esa pertenencia. A su vez cuando se convive junto a alguien tanto tiempo será difícil acostumbrarse a prescindir de los hábitos que definían esa vida compartida. Perder todo eso y sentirse solo nos confronta con una crisis de identidad. Es probable que no estés preparado para volver a encontrarse contigo mismo en soledad. Por eso es importante no perder la identidad en una relación porque la dependencia genera duda y luego cuando la relación se acaba ya no sabemos quienes somos. Es normal preguntarse a uno mismo: ¿Quién soy ahora después de esta relación? La respuesta la vas construyendo sobre la marcha a medida que tomas acciones en función de reconciliarte con una imagen auténtica y libre de ti mismo, fortaleciendo la autoestima y pensando en tu propio bienestar; que no depende de voluntades ajenas.
¿Qué podemos hacer para manejar la ruptura? Una vez más se debe reiterar que todo comienza con la aceptación. Si partes de la idea de que “regresarás” con tu ex y se reactivará la pareja, aun teniendo el mensaje directo y claro de que esa relación no funcionó, entonces te sitúas en la silla del sufrimiento. Ese lugar simbólico se convierte en un ancla que te mantiene sumergido en el lamento y la rabia, en el no querer seguir adelante. Es imperativo asumir que las cosas llegaron a un límite porque ninguna de las dos partes de la pareja ve el futuro como prometedor. Al pactar con esa afirmación y verbalizarlo comienzan las acciones de cambio. Enuncias afirmaciones sanadoras: “No tengo pareja, pero me tengo a mí. Tengo amigos, familia, actividades, trabajo y obligaciones que me complementan. Sigo siendo yo, a pesar de todo lo que ha quedado atrás. Quiero descubrir con alegría esta nueva faceta de libertad y reencuentro conmigo mismo en soledad. Acepto y quiero el cambio.”
Cada persona tiene una experiencia particular y por ello hay tiempos distintos para cada duelo. Acelerar el proceso te lleva a contracorriente. Debe ser natural y sin forzarlo, aunque teniendo sumo cuidado de que la tristeza se transforme en depresión. Si ese es el caso entonces busca ayuda y haz terapia o asesoramiento sexontológico. ¿Cómo saber si has superado la ruptura? Cuando estás seguro de ti mismo y contento te haces fuerte desde la responsabilidad, trabajas en tu felicidad porque te quieres. Si yo se cuánto me amo, puedo medir lo que hay afuera y eso determina lo que aceptamos en la relación con otro. Esperar que alguien recapacite y regrese es señal de baja autoestima porque nos pone en desventaja y el otro siempre tendrá el control. Después de una relación la vida continúa. Es normal sentir dolor tras una ruptura, pero quien nunca te fallará eres tú mismo. Y con el tiempo verás que cada amor nuevo hace que esa relación sea mejor que la anterior, porque estás fortalecido por los aprendizajes del pasado.
Una película recomendable para reflexionar en estos procesos es “Blue Valentine” (2010), donde la historia de un matrimonio y su ruptura se cuenta simultáneamente con escenas alternadas que contrastan ambos escenarios disímiles. Ten en cuenta que las rupturas nos conducen a caminos para reconocer lo que en el futuro te hará feliz estando con otro. Un divorcio o una ruptura amorosa se trata finalmente de dejar ir y soltar auténticamente sabiendo que vendrá algo mejor. No hay un momento específico para “superar” eso que alguna vez fue tan importante en tu vida, pero sabrás que estás listo para un nuevo amor cuando vacías la copa dejando afuera el resentimiento y la pena. La sanación se comprueba cuando ya no hablas del otro y entonces empiezas a hablar de ti y tus propios avances o proyectos. Ese quizá sea el momento apropiado para una nueva relación, si eso es lo que quieres, porque nuevamente eres fuerte y responsable contigo mismo. Sin embargo, eso le corresponde al futuro. Por ahora, en tu presente, eres tu propio sostén y equilibrio. Aprecia lo que el cambio después de una ruptura te ha traído para hacerte mejor persona y devolverte tu tranquilidad y autonomía.