La desnudez: un tema para ir soltando las vestiduras

El cuerpo humano desnudo ha sido siempre objeto de curiosidad y múltiples reflexiones. Tanto por su valor estético, como por la carga erótica que se le atribuye. En ambos sentidos resulta foco de admiración, sorpresa y deseo, pero también de vergüenza, rechazo y culpa. Pero ¿Qué produce tal variedad y mezcla de reacciones ante un cuerpo desnudo?
El desnudo, algunos datos históricos:
Desde hace siglos estamos acostumbrados a mirar desnudos. La gran mayoría de los estudiosos lo catalogan como uno de los grandes temas de la historia del arte occidental. A partir de la prehistoria hemos tenido la necesidad de representar nuestros cuerpos para invocar la fertilidad, así como por el mero placer de estudiar y recrear sus formas. Las llamadas “venus” prehistóricas eran pequeñas figuras femeninas talladas con atributos corporales exagerados, como pechos o genitales enormes.

Para los escultores griegos de la Antigüedad, la representación correcta del cuerpo humano era un gran reto. En sí mismo el cuerpo era motivo de orgullo en tanto más cultivado y perfecto se mostrara. Los desnudos tenían un valor estético no necesariamente ligado a lo sexual. A estas representaciones se dedicaban largas faenas, previamente observando y adquiriendo la mayor cantidad de conocimientos posible. El afán por el estudio anatómico y la valoración estética del cuerpo humano fue imitado, mucho tiempo después, por los artistas del Renacimiento italiano.

Por el contrario, para la muchas religiones, la desnudez es sinónimo de despojo y degradación, así como de pérdida de la inocencia. Por ejemplo, aquellos que se muestran desnudos en las imágenes cristianas son los condenados, los mártires y a quienes se les arrebata su dignidad. En la Biblia se relata que los romanos condenaron a Jesús a morir en la cruz y le quitaron las vestiduras con el fin de humillarlo. Asimismo, cuando Adán y Eva comieron la fruta del árbol del conocimiento fueron expulsados del paraíso. Se percataron entonces de que iban desnudos, es decir, notaron que eran seres sexuados y sintieron vergüenza ante esta revelación. Desde entonces existe el pudor.

El arte occidental está lleno de desnudos, los cuales han estado siempre a la vista del público en general. Ya fuese con temática mitológica, religiosa o como alegorías a cuestiones como la vanidad. Recién en la segunda mitad del siglo XIX se comenzaron a exhibir desnudos en escenas más hogareñas o íntimas, mediando entre el mero placer estético y el erotismo explícito. Como sociedad hemos convenido en considerar que es aceptable ver la desnudez públicamente en un entorno artístico, ya sea en fotografías, pinturas, cine, danza o teatro. Quizá porque la certeza de que eso que vemos es “ficción”, ayuda a separar nuestra sexualidad individual de lo que estamos contemplando.
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La desnudez, belleza y tabú en la vida cotidiana:
Cuerpos bellos y deseables en el XXI, la gran paradoja
Cuando pasamos del arte a la vida cotidiana, la percepción de la desnudez propia y ajena se complejiza aún más. Culturalmente hablando, durante siglos en nuestro imaginario han convivido dos percepciones muy marcadas al respecto. Por un lado el culto al cuerpo o a algunas partes de este, con o sin connotación sexual, el cual dicta que debemos ajustarnos a ciertos cánones para entrar dentro de la categoría de “bellos” o “deseables”. Por otro, la vergüenza de mostrarnos desnudos ante otros, porque se asume que la visión de un ser humano desnudo fuera de un contexto artístico, médico o académico tiene necesariamente implicaciones sexuales.
La realidad es que en diferentes periodos históricos ha existido un modelo de cuerpo ideal.
Pia Battaglia
Y, seamos o no religiosos, el tabú respecto a la desnudez total o parcial forma parte de los valores que subyacen hasta hoy, en mayor o menor medida, dentro del mundo occidental. Cada época ha tenido su ideal estético y su moral a los cuales hay que ceñirse, incluso la nuestra.

Datos curiosos:
Esta intersección de ideas ha dado lugar a costumbres sumamente peculiares en diferentes lugares. Por ejemplo, durante la época victoriana (Reino Unido, 1837 – 1901) se consideraba que el cabello de la mujer era símbolo de estatus y a la vez una parte del cuerpo cargada de erotismo. El ideal era tener una cabellera tan larga como fuese posible, pues denotaba medios para mantenerla y la correcta higiene de su portadora, en una época en la que pocos tenían acceso a ello. Sin embargo solo era bien visto llevar el cabello suelto ante el esposo en la intimidad.
En los países de herencia católica, como es el caso de la mayor parte de Latinoamérica, hasta hace algunas décadas era habitual que a las jóvenes se les criase con la convicción de que no debían mostrarse completamente desnudas nunca, ni siquiera al cónyuge. Muchas de nuestras abuelas limitaban sus encuentros sexuales a la alcoba matrimonial en penumbras, o los llevaban a cabo sin desvestirse por completo.
Respecto a las formas y proporciones consideradas estéticamente agradables o bellas, casi siempre se ha tenido más rigor a la hora de juzgar los cuerpos femeninos que los masculinos. Aún hoy en día es así. En algunos periodos se ha exigido la delgadez general, en otros los pechos y caderas grandes, acompañados de una cintura pequeña. La ropa existe para cubrir la desnudez y salvaguardarnos del ambiente, pero también puede dar una idea de cómo lucimos sin ella, resaltando algunas partes del cuerpo con el fin de resultar más atractivas en general. En otros casos, busca esconder o desviar la atención que se pone en las formas corporales.
La historia de la moda está repleta de invenciones que ayudaron a distribuir visualmente los volúmenes corporales de las mujeres según fuese la tendencia, muchas veces en detrimento de la comodidad y hasta de la salud. Por su parte a los hombres se les ha demandado cumplir con cierta estatura y una complexión preferentemente atlética, sin embargo la sociedad tiende a ser más tolerante con ellos.
En la actualidad, así como en otras épocas, el cuerpo de la mujer suele ser más escrutado en el día a día y más explotado en la publicidad y en la industria del entretenimiento.
Pia Battaglia

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Contradicciones presentes en pleno Siglo XXI:
Si pensamos en esto, es especialmente curioso que también sea el pudor un asunto aplicable mayoritariamente al cuerpo femenino. Se desea y se busca la desnudez de la mujer y, paradójicamente, la mujer que se deja ver desnuda o parcialmente desnuda ha sido con frecuencia satanizada o menospreciada. Con más ahínco aún si su cuerpo no cumple con los estándares para considerarse “bello”. Todos estos son parámetros que vale la pena revisar colectivamente o en soledad.
La forma en que consumimos publicidad, televisión y pornografía, así como las ideas sobre el cuerpo ideal y la desnudez que fluyen en el entorno, forman parte en nuestras creencias y se ven reflejadas en algunas conductas y en nuestra vida sexual.
Pia Battaglia
Un asunto íntimo y personal
Tomando en cuenta todo este bagaje histórico y cultural que significa estar desnudos, no es raro que muchas veces se distorsione la relación que tenemos con el cuerpo. A ello hay que agregar la presión que ha puesto la industria pornográfica sobre la “adecuada” apariencia de los genitales, que nos ha colmado de expectativas respecto a penes enormes, pieles completamente tersas y vulvas rosadas y lampiñas en mujeres adultas.
Felizmente, en años recientes se han popularizado algunas iniciativas que alientan a la aceptación del cuerpo como un acto de amor propio. Podemos encontrar con frecuencia en las redes sociales, los medios de comunicación e incluso en la publicidad campañas que dan visibilidad a personas semidesnudas con distintas morfologías. Igualmente movimientos como #MeToo, o páginas en instagram como @elcuerpoquesomos que buscan denunciar el acoso o violencia sexual en distintos ámbitos, han logrado, entre otras cosas, que discutamos sobre cómo y por qué juzgamos a las mujeres según la ropa que usen o no usen, o según el cuerpo y su apariencia.
Sin embargo, con tantos siglos de desventaja, es difícil desterrar las ideas respecto a que el cuerpo debe ajustarse a determinados estándares y necesita ser “bello” para ser suficiente; así como el hecho de que nos juzgamos los unos a los otros moralmente según lo que mostramos o no de él. La historia personal de cada cual es un peso agregado a todas estas cuestiones.
¿Qué hace la diferencia en cuanto a sentirnos suficientes o no con respecto a nuestros cuerpos?
Quienes han tenido una crianza más abierta respecto a la sexualidad pueden tener mayor facilidad para desmontar ciertas creencias limitantes sobre la desnudez, en comparación con aquellos criados en entornos donde la religión impone recato y otras conductas que llenan los pensamientos de culpa.
En la sociedad actual como línea general se acepta la desnudez total dentro de lo privado, en soledad, en pareja o en espacios puntuales. Aunque veamos desnudos en el arte y consumamos pornografía a través de internet, no es legal ni ético ir desnudos en espacios públicos. Pero incluso dentro de lo privado a muchas personas les cuesta aceptar su cuerpo. Al estar sin ropa aparecen o se refuerzan todo tipo de complejos sobre la apariencia general, inclusive sobre la forma y tamaño de los genitales.
¿Cuál es el ideal de belleza desnuda que debemos enfrentar, cuestionar y modificar?
El ideal de belleza actual es un cuerpo tonificado y casi sin imperfecciones o vellos, coronado por un pene grande o una vulva simétrica.

Recomendaciones para trascender y lograr el concepto de desnudez y belleza que te libere y despoje de vestiduras limitantes:
- Conocer los pensamientos que tenemos respecto a la propia desnudez es importante para la autoestima sexual.
- Sentirnos cómodos y suficientes ante el espejo, poder tocarnos y explorarnos en soledad sin pudor, son signos de que gozamos de una buena relación con quienes somos. Aunque todos tenemos o hemos tenido alguna vez inseguridades en relación a cómo nos vemos, para muchas personas requiere un arduo esfuerzo y mucho trabajo poder reconocerse y amarse. El simple hecho de mirarse desnudos o tocarse, puede ser un reto.
- Revisar periódicamente este tema, porque el cuerpo forma parte de nuestro Ser y es indivisible de la mente, las emociones y la identidad. Aceptar esto y aprender a amarnos a través de nuestro cuerpo se reflejará positivamente en todo lo que hagamos, en especial en nuestra sexualidad. Asimismo en las relaciones que entablemos. La realidad es que las creencias sobre nuestro propio cuerpo se transforman en lo que damos y esperamos durante un encuentro sexual.
- Fortalecer nuestra autoidentidad, autogestionar nuestros pensamientos y emociones conformando un Sí Mismo suficiente y con alta autoestima.
- Chequear ante todo la relación conmigo y con mi propio cuerpo, sanar heridas emocionales del pasado que tengan influencia en mí, practicando siempre el autoconocimiento y la aceptación.
Recuerda, en la percepción y transformación del propio cuerpo, se hace evidente en la vida y en el paso del tiempo.