¿La infidelidad tiene que ver con mantenerse en coherencia?

Dentro de la sexualidad existen numerosos temas controversiales que siguen generando debates acalorados, o son silenciados por tabúes no superados, ya sea porque hieren las susceptibilidades religiosas o ideológicas de personas y grupos concretos, o porque simplemente responden a ese temor natural que se siente frente a la exposición de algo que consideramos de carácter privado. En lo que se refiere a los temas relacionados con la sexualidad de la pareja y la convivencia de dos personas dentro de una relación también hallamos tópicos que prefieren no ser discutidos, aunque es importante tenerlos en cuenta porque se corresponden a realidades y circunstancias a las cuales todas las parejas podrían exponerse tarde o temprano. Uno de esos aspectos delicados relacionados con el sexo y las relaciones de pareja es la infidelidad.
Seguramente al leer la palabra “infidelidad” son muchos los pensamientos y reacciones que transcurren simultáneamente dentro de nosotros. No es una palabra inofensiva y no se trata de un tema que nos tomemos a la ligera cuando lo contemplamos desde una perspectiva propia. Algunos arrugarán el entrecejo por el recuerdo de un engaño, mientras otros podrían sentirse turbados al recordar una culpa reciente por aquello que ha considerado un desliz del cual “nadie tiene porque enterarse”.
Cuando Hillary Clinton siguió junto a su esposo, a pesar de la prueba pública sobre la infidelidad de este, no faltaron los señalamientos en torno a quien era más culpable o tonto en torno a tan incómoda situación. Cuando se exhibió “Fatal Attraction” (Adrian Lynne, 1987) sobraron las discusiones sobre la naturaleza y efectos de la infidelidad dentro de un matrimonio y como nos sentimos frente a ella, así como redoblaron los aplausos cuando muere “la amante”, esa villana demonizada que debe desaparecer para purgar la culpa masculina y que triunfe la familia nuclear como estructura. En la película “Ojos bien cerrados”, dirigida por Stanley Kubrick y protagonizado por Tom Cruise y Nicole Kidman, se observa la sombra detrás de la infidelidad, y cómo integrar este tema puede llevarnos a ser mas sensibles, entender y ampliar conciencia acerca de las vicisitudes y cambios propios de la relación y del ser humano a lo largo del tiempo. Todos tenemos una posición, generalmente radical, frente a la infidelidad ya sea por experiencias del pasado o expectativas frente al futuro. Es algo que repudiamos abiertamente o no estamos dispuestos a tolerar públicamente. La infidelidad tiene muchas veces carácter de estigma tanto para quien la comete como para quien ha sido objeto del engaño; además de los “terceros” involucrados en la ecuación. Sin importar el rol que ocupemos dentro de un triángulo amoroso no parece haber un “triunfador”, porque consideramos la infidelidad como un asunto doloroso al cual se le asocia inmediatamente con la vergüenza.
Pero ¿no podemos permitirnos otras visiones sobre la infidelidad? ¿Es tan difícil para una pareja asumir el proceso de la infidelidad sin repartir inmediatamente roles de culpables, jueces o víctimas? ¿Por qué duele tanto el estigma? ¿Quién es el verdadero demonio detrás de ese evento calificado como un “daño difícil, si no imposible, de perdonar? No cabría preguntarse, quizá, si la sociedad occidental nos ha acostumbrado a pensar en la infidelidad como el principal atentado contra la monogamia, precisamente para que no veamos las fallas de una sociedad apoyada en la existencia de familias nucleares monógamas y heteronormativas. La infidelidad nos quita el sueño o puede inspirarnos largos discursos, pero nunca nos dejará indiferente.
La infidelidad como una reacción biológica
Nunca olvidemos que nada nos ocurre aisladamente a expensas del resto de aspectos que componen nuestro ser. La infidelidad es mayormente concebida como un problema de carácter emocional (no nos sentimos cómodos con nuestras parejas o nos sentimos tentados por un deseo pasajero) y solo pensamos en el cuerpo como su implicado inmediato, en tanto instrumento del “delito”, pero no precisamente como su motivador principal. ¿Y si la infidelidad es un asunto que también atañe a la biología? Recientemente estudios realizados por científicos de la Universidad de Bonn en Alemania revelaron datos interesantes relacionados con la oxitocina, conocida como “hormona del amor” y que juega un rol esencial respecto a la infidelidad.
Con base a los estudios mencionados no es descabellado argumentar la existencia de componentes biológicos que azuzan deseos ilícitos y promueven la infidelidad. Con esto la pretensión no es avalar la infidelidad amparándonos en estos estudios, sino centrar la atención en el hecho de cómo la infidelidad no es responsabilidad exclusiva de una parte determinada de nuestro ser. Sí, hay un componente de elección promovida por una insatisfacción emocional o porque alguien se ha estado engañando respecto a sus verdaderos sentimientos frente a alguien. Sin embargo, también el cuerpo juega un rol preponderante porque existen hormonas e incluso genes presentes dentro de su constitución que limitan o favorecen su reacción frente a situaciones sexuales relacionadas con serle infiel a aquella pareja con la cual ha decidido establecer una relación monógama.
El infiel ha reaccionado a un estímulo, del mismo modo en que ha ejercido una acción por voluntad propia. No se trata de señalar culpables y centrarnos en un veredicto acusador. La tarea sanadora es analizar el hecho de la infidelidad en cuanto a sus significados, para comprender mejor nuestras carencias y debilidades dentro de una relación (eso aplica tanto para el infiel como para la parte engañada) y a lo que revela sobre nuestras relaciones de pareja respecto a nuestra historia particular. Ampliar consciencia acerca del tema con lo que somos en el presente y en coherencia con todo nuestro ser es la clave.
El perdón sujeto a la batalla de los sexos y el acondicionamiento cultural
Para la sociedad occidental, la infidelidad apoyada en lo físico se fundamenta en las diferencias entre hombres y mujeres. Los tiempos cambian y la infidelidad femenina ha cobrado mayor visibilidad, sabiéndose que acontece de igual forma que la masculina.
En todo caso, a la hora de hablar del perdón frente a un acto de infidelidad, las partes implicadas deben sobreponerse a la inmediatez de sus reacciones inspiradas por la rabia y el orgullo.
No solo hombres y mujeres son distintos biológicamente, sino que también los factores culturales y sociales han insistido en acentuar la diferencia durante siglos. Esta diferencia, que a menudo también promueve desigualdades, no escapa al tema de la infidelidad y al modo en que es percibida por una cultura preponderantemente machista pero que al mismo tiempo defiende la preservación de la monogamia.
Hoy en día es más común entender que la infidelidad no es algo que cometan exclusivamente los hombres, pero nuestra reacción frente al hecho de la infidelidad varía según el género del sujeto infiel. Si es un hombre muchos lo “justifican” porque ha ejercido su deber de no negarse a las demandas de su virilidad. En el mejor de los casos se le compadece como una “presa de sus deseos” que merece una segunda oportunidad. Parece “obligatorio” que una mujer perdone a un hombre infiel, mientras que resulta inadmisible, en muchos casos, que a un hombre engañado se le admire el haber sido capaz de perdonarle a su pareja femenina un desliz. Debemos reeducarnos respecto a estos condicionamientos culturales para combatirlos y entender que la infidelidad no se justifica o se desaprueba en función de lo que debe permitírsele a un hombre o a una mujer. Lo que importa contemplar después de la infidelidad es el efecto que ha tenido sobre los individuos que conforman una pareja, en cuanto al daño ocasionado.
En todo caso, a la hora de hablar del perdón frente a un acto de infidelidad, las partes implicadas deben sobreponerse a la inmediatez de sus reacciones inspiradas por la rabia y el orgullo. En cambio, podría ser la oportunidad perfecta para confrontarse a uno mismo y verificar el lugar que ocupas frente a la relación, sobre lo que realmente sentimos y lo que finalmente queremos de una pareja.
No hay una opción válida o incorrecta a la hora de perdonar o no una infidelidad. La infidelidad suele herir y no hay una justificación para aprobarla, ya que es algo que podríamos evitar en la medida que somos capaces de ser honestos frente a nuestros sentimientos. No obstante, si perdonamos es porque amamos, pero también porque asumimos responsabilidad de los acontecimientos que nos ocurren. Es una decisión que siempre será positiva siempre y cuando surja como resultado de un análisis consciente sobre los sentimientos y resoluciones en torno a una pareja, pero no como una reacción promovida por malsano apego.
La infidelidad terapéutica
¿A quién le mentimos cuando somos infieles? ¿A nosotros mismos o a nuestras parejas? Podemos hablar de “infidelidad terapéutica”, según lo cual estar con alguien fuera de tu pareja formal te permite luego descubrir lo que sientes realmente por esta. Por lo tanto proponemos repensar lo que creemos dar por sentado sobre la infidelidad para usarlo a nuestro favor como una oportunidad para trabajar en nuestras relaciones de pareja y comprender lo que buscamos en otros.
La parte energética es fundamental. Ser infiel no solo es mentirle a la pareja sino también a ti mismo, porque quizá no has logrado estar con la persona que realmente amas o con quien te sientes plenamente bien, porque es probable que si estuvieras del todo lleno no necesitarías estar con otra persona. Se trata de ser coherente y alcanzar armonía con lo que eres en cuanto a tus fortalezas. Esta armonía se conquista cuando te sientes bien con lo que haces tanto para ti mismo como para los demás. En cambio, cuando sientes que fallas en tus acciones es porque hay algo que, en la ecuación, no se está dando positivamente. La infidelidad representa entonces ese fallo que perjudica a otros y que demuestra el fondo de un problema tanto individual como de pareja.
En ese sentido, la infidelidad puede incentivarnos a responder preguntas necesarias sobre nosotros mismos, además de obligarnos a actuar frente a una relación de pareja particular. Entonces son válidas las siguientes preguntas:
—¿Repetimos patrones de infidelidad con todas nuestras parejas?
—¿Existe un vacío que no somos capaces de saciar?
—¿Somos nosotros quienes siempre sufrimos un engaño por parte de otros y hasta qué punto nos sentimos responsables por este tipo de situaciones?
—¿No sabemos dejar a quien no amamos?
—¿Seremos responsables en gran medida de la infidelidad o fidelidad del otro?
—¿El apego a tu relación de pareja o a la familia es tan grande que aun no amándola y estando con otro(a) lo quieres cerca?
Mientras más comprendamos sobre el propio cuerpo y nuestras emociones, pero al mismo tiempo sin descartar el condicionamiento cultural detrás de nuestros pensamientos e ideas en torno a la infidelidad, con mayor claridad atenderemos la infidelidad como algo más que un estigma dentro de nuestras relaciones, o una razón para terminarlas, sino también como una circunstancia que nos permite evaluar nuestras relaciones de pareja, pero también nuestros comportamientos sexuales como individuos. No obstante, lo fundamental es ser honestos frente a nuestros sentimientos y por consiguiente coherentes con nuestras acciones. No esperemos a cometer el error de ser infieles con alguien que amamos para comprender lo que hacemos, justo cuando ya lo perdimos.