Aprendiendo a desapegarse

Calificamos de fuertes e inquebrantables los vínculos que nos unen a todo aquello que amamos y apreciamos. Celebramos, justamente, esos vínculos porque representan la prueba de nuestro amor. A su vez consideramos como ataduras opresivas nuestra inclinación a enfocarnos excesivamente en problemas y situaciones que denuncian una ausencia que nos cuesta superar. De cualquier manera nuestros afectos contribuyen a encadenarnos con la añoranza. Por lo tanto, creamos vínculos que no nos permiten alejarnos del sufrimiento, porque nos acostumbramos a relacionarnos con la pérdida y el dolor desde el apego. Esto también incide en nuestras relaciones afectivas y sexuales, ya que debido al apego con antiguas parejas, o con hábitos relacionados a estas, muchas veces entorpecemos el proceso de crear nuevos vínculos acordes con los cambios de nuestro presente.
A menudo no nos damos cuenta de la forma en que el apego determina nuestras relaciones con las cosas, tanto en los afectos como en las situaciones, hasta que confrontamos una pérdida. El apego como factor condicionante de nuestras emociones, se revela cuando estamos ante una situación frente a la cual extrañamos, o si queremos mantener a nuestro lado algo o alguien que no necesariamente permanecerá. Pero el apego también se refuerza cuando nos concentramos obsesivamente en una dificultad apoyándonos en la preocupación derivada de esta. El apego aparece entonces en todo tipo de situaciones que van desde procesos relacionados con trabajo, mudanzas, migraciones, rupturas amorosas hasta conflictos causados por decepciones, tensiones, crisis y enfermedades. El apego se define cuando pensamos sin descanso en la reacciones que sentimos frente a estas situaciones de pérdida con las cuales nos cuesta lidiar, pero no tomamos acciones para dejarnos de sentir de esa manera. Es importante responder entonces la pregunta de cómo se alivian los sufrimientos si estos están ligados a las aprehensiones, cómo conseguimos sanar el dolor por encima del apego inherente a la pérdida, cómo darle prioridad a la acción sanadora por encima de la reacción propia del doliente. La vía que nos dará esa respuesta está en el desapego.
El apego está enraizado en el dolor alimentado por miedos, expectativas irracionales, nociones o creencias limitantes que en ocasiones nos impiden enfrentar un problema con soluciones. Debido al apego reforzamos la idea de que no hay soluciones para un problema. Nos convencemos incluso de que no existe un problema. El caso es que mientras no nos sintamos plenamente bien con la vida que llevamos debido a los vínculos con eventos, personas o situaciones del pasado cuya influencia sigue vigente, el apego nos afecta. En ese sentido podemos tomar en cuenta las bases de la doctrina budista, cuya segunda verdad reza “todo apego es sufrimiento”. Entretanto la tercera verdad propone “despegarse de todo” para erradicar el dolor. La clave es aprender a desapegarnos.
Cuando decidimos hacer cambios radicales en nuestra vida y ponerle fin a una forma de vivir a la cual estábamos acostumbrados, lo más difícil es vencer el apego. Por ejemplo cuando decidimos mudarnos de casa o incluso aún más allá, cuando afrontamos un proceso migratorio con miras a perseguir sueños y oportunidades que no tenemos donde antes vivíamos, la nostalgia por aquello que despedimos se convierte en una fuente de emociones que nos entristecen. En casos como estos es natural que extrañemos la vida que dejamos atrás, especialmente si ahora estamos por nuestra cuenta. Sin embargo, mientras sigamos lamentando lo que perdimos (las propiedades que no vendí, la familia que dejé, lo que haría si estuviera allá y no acá) y enfocando exclusivamente nuestros afectos en lo mucho que extrañamos a quienes amamos, no hacemos sino retrasar el proceso de adaptación a la nueva vida que hemos elegido. No podemos formarnos al máximo de nuestro potencial en el lugar donde actualmente residimos si no nos desapegamos del hogar que dejamos atrás.
De igual manera, no podemos conformar una nueva relación de pareja con todas las oportunidades de ser la que se desea, si no nos desapegamos de la que se terminó o nunca fue. La renuncia y el sacrificio derivado de una situación en la cual le “ponemos fin a algo” o lo despedimos, debe venir acompañada de un consciente desapego. En igual medida esto vale para aquellos procesos de rupturas de una relación de pareja o divorcios. No podemos tener una relación saludable si seguimos apegado a vínculos que se supone hemos concluido. Alguien apegado al recuerdo de una pareja no podrá permitirse nuevas dinámicas y emociones para futuras relaciones. Hay muchos casos donde, por ejemplo, si una pareja se muere enseguida se vuelve santo, se encumbra de una percepción idealizada causada por apego, aunque en vida hicieran daño o fueran considerados negativos. Este tipo de veneración no solo es inapropiada, sino que es injusta para otras parejas que tengamos más adelante. Otro tanto ocurre con los divorcios: debido a la rabia del proceso te apegas al sentimiento negativo y no terminas de soltar esa relación que ya no funcionó para seguir adelante. Recuerda siempre que para llenar la copa de un contenido nuevo hay que vaciarla primero.
El desapego nos ofrece un camino para conseguir el bienestar presente en nuestras vidas, pero no es un camino en principio fácil. Desapegarse exige una tremenda voluntad de quererlo. El aprendizaje del desapego demanda constante responsabilidad y autoconsciencia, porque consiste en dejar ir para estar en libertad, en no tener miedo a soltar. El entrenamiento del desapego se resume en entregarse a un futuro sin los vínculos que nos atan a un doloroso pasado, a confiar en que entregamos ese mismo dolor a algo más grande; que puede ser al universo, Dios o cualquier Yo superior en el que creamos.
Aprender a ejercer el desapego no es algo que lograremos instantáneamente, porque todos somos apegados naturalmente. No obstante si el desapego se practica conscientemente logramos hacerlo como una técnica. A este respecto el objetivo es aprender a desapegarse de personas y situaciones en conformidad con las cuatro fortalezas. Si así lo logramos esto nos reportará muchos beneficios que agradeceremos para alcanzar bienestar y equilibrio en esas fortalezas. Al “dejar ir” en forma consciente reducimos el estrés; cuyo origen responde a una necesidad interna, un indicativo de que algo ocurre dentro de ti a la espera de ser sanado. Teniendo en cuenta nuestras cuatro fortalezas, los beneficios que nos brinda el ejercicio consciente del desapego son los siguientes:
- En lo físico: procesos de sanación de malestares acentuados por las preocupaciones, buen sueño y digestión, mejor sexualidad, mayor vitalidad.
- En lo emocional: sentimientos positivos, situarse por encima de la culpa (volverte responsable positivamente, sin asumir roles de víctimas o jueces), aumenta la capacidad de amar y dejarse amar, prevención contra el uso de drogas y alcohol para reducir estados de tensión.
- En lo mental: detiene los pensamientos saboteadores y creencias limitantes que determinaban negativamente en tu día a día.
- En lo energético: permanente bienestar, equilibrio de nuestras fortalezas para alcanzar calma y paz a un nivel espiritual.
Debido a que el ejercicio del desapego es una tarea individual y consciente, hay que tener en cuenta el rol que juegan los miedos y expectativas en nosotros. Los miedos que cargas no siempre resultan evidentes, y muchas veces estos fueron infundados desde pequeños a partir de las relaciones con nuestros padres (generalmente por situaciones vividas a temprana edad que determinaron las cosas a las cuales luego nos apegaríamos más adelante). Algunas personas viven con miedo al cambio, porque crecieron en entornos sobreprotectores donde tomar riesgos era mal visto o censurable, siendo estos mismos miedos los que refuerzan el apego a zonas de confort y hábitos que nos previenen de tomar decisiones valientes. A su vez las expectativas (hacia uno mismo, hacia los otros y las situaciones, con la pareja, hacia el país de origen) delimitan nuestra posición en relación a los miedos así como frente a las oportunidades que se nos presentan. Al controlar miedos y expectativas aprendes a desapegarte.
Otro factor a considerar para combatir el apego es el rol con la interpretación de los hechos. Uno siente sufrimiento de apego cuando haces una interpretación de los hechos o del hecho que ocurrió de una manera poco positiva para seguir adelante contigo mismo. Si no rompemos esta cadena malsana no conseguiremos el necesario ejercicio del desapego para avanzar por encima de dolores y pérdidas. Por eso, para lograrlo en @sexontologico proponemos seguir los siguientes pasos:
- Paso 1: definir el hecho puro, al margen de percepciones terciadas por pasadas interpretaciones.
- Paso 2: asumir responsabilidad frente a la situación.
- Paso 3: tomar acciones, en oposición a las reacciones apoyadas en interpretaciones.
- Paso 4: aprender a soltar. Dependiendo de tu religión y espiritualidad puedes encomendar esa entrega o simplemente entregarlo por decisión propia.
- Paso 5: seguir con ánimo, y para ello debes cuidarte de los pensamientos saboteadores que exaltan y no te dejan avanzar. Aprender a meditar puede ser de gran ayuda para conseguirlo.
Estos pasos deben hacerse hábitos, por decisión consciente, para poner el sufrimiento a un lado y favorecer las acciones al margen de las reacciones. El hecho de que extrañes a una pareja o a lo que hacías con ella, no significa que la quieras de vuelta. Reflexiona atentamente en aquellas cosas que te hagan desmitificar cualquier ideal que hayas alimentado a causa de la añoranza. Es fundamental al respecto identificar cuáles programas inconscientes te determinan (el ego, la zona de confort, miedos a arriesgarse al cambio) para luego aprender a desaprender. Desaprende para luego aprender cosas nuevas, pero positivas. Entrenarse en el desapego se trata de detenerte antes de seguir con algo que te corroe por dentro. Contrarresta el apego conscientemente apoyándote en tus fortalezas, porque cuando sabes que puedes ser, tener y hacer conforme a tus inagotables posibilidades, entonces comprendes que tu poder es mayor. Es sencillo: Todo esta dentro de ti, pero debes tomar la decisión de creerlo.
Sabemos que el desapego es en momentos difícil de lograr, pero no imposible. Un pequeño truco puede servirte: la técnica de suspensión del pensamiento y la emoción. Consiste en dejar ir la emoción sustituyéndola por otra cosa y manteniéndola constante, con el objeto de romper el proceso automático en la mente que alimenta la impresión de que la emoción de apego crece. ¿Qué hacer para lograr esa sustitución? Tienes varias alternativas saludables: canta, recita un poema, escribe o haz una afirmación (“Yo soy paz, todo lo que necesito está dentro de mí”, “Yo soy fuerte”).
Sin embargo, esto solo puede ser posible si así lo decidimos. Para ello debemos evitar apoyarte en las reacciones y disponerte a tomar acciones positivas. Por lo tanto lo que se propone aquí a través Sexontológico es que el desapego es un mecanismo consciente que se aprende y ejerce. Se suelta a voluntad. Es finalmente una decisión responsable. Aprender a vivir en estado de desapego es lograr la libertad de vivir la vida y la sexualidad que decidamos crear.